Primera Parte
Prólogo: Pájaro Robando Pan
Contar ovejas no funcionó.
Gabriel se volvió sobre su espalda con un suspiro. Él escuchó la respiración de Claire, tratando de dejar que lo amodorrara hasta dormirse.
Eso no funcionó, tampoco. Su novia podría estar durmiendo a su lado, pero la persona que ocupaba su mente estaba abajo, emborrachándose. Jared. Su mejor amigo.
Suspirando de nuevo, Gabriel se sentó y enterró sus dedos en su pelo. Retuvo el aliento y forzó su audición. La casa estaba completamente silenciosa. Habían pasado horas; a lo mejor Jared había finalmente ido a acostarse.
Y a lo mejor todavía estaba bebiendo frente a la chimenea.
Apretando la mandíbula, Gabriel miró hacia la puerta.
Él no debería. No debería ir abajo. Eso no cambiaría nada. No había nada que él pudiera hacer por Jared.
Después de todo, él era la razón por la que Jared estaba bebiendo.
“¿No ves lo cruel que es esto? ¿No te importa? Lo estás quebrando.” La voz del primo de Jared resonó en su mente, una y otra y otra vez, cada palabra como un puñetazo en el plexo solar.
Gabriel cerró los ojos, tratando de bloquearlo. Él no tenía intención de revelarle a Alexander que sabía acerca de los sentimientos de Jared por él. No se suponía que lo supiera nadie. No se suponía que Jared debiera saber que Gabriel lo sabía. Ahora, Gabriel no podría dejar de preocuparse. Alexander había prometido no decirle nada a Jared, pero Gabriel no estaba seguro de poder confiar en el tipo – se lo veía bastante enojado más temprano esa noche.
“Él no es tu padre. Él no es tu hermano mayor. Él no es un monje. Él es un hombre saludable en su mejor momento. Si lo amas tanto como afirmas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir.”
Alexander tenía razón, por supuesto: Gabriel era heterosexual, tenía una novia que amaba y no podía darle a Jared lo que quería. Lo correcto sería decirle a Jared, que él sabía sobre los sentimientos de Jared por él - y que cualquier cosa entre ellos era imposible. Hubiera sido más amable permitir a Jared dejarlo y encontrar a alguien más para amar.
Excepto que Jared no podía dejarlo. Incluso pensar en ello hacía que su estómago se retorciera en un nudo doloroso y una oleada de pánico le atravesara todo su cuerpo. Dios, esto estaba tan jodido. Le había dicho a Alexander la verdad: realmente se alegraba de no ser gay. Si él era así de necesitado y dependiente, cuando no quería a Jared de ese modo, Gabriel no podía imaginar la pegajosa ruina que habría sido, si él realmente quisiera a Jared de esa manera. Era lo suficientemente malo ya.
Por el amor de Dios. Él era una estrella del fútbol en ascenso y millonario. No se suponía que se sintiera de esa manera aún. Ya no era un adolescente. Ya no estaba paralítico. No se suponía que todavía sintiera como que Jared fuera su ancla.
Él tenía dieciséis años cuando se dañó la columna vertebral durante algún partido amistoso sin importancia, aquí en los Estados Unidos. El club lo había colocado en el centro de rehabilitación donde Jared estaba haciendo su residencia, y Jared había sido asignado como su fisioterapeuta. Durante diecisiete largos meses, Jared había sido su mundo: él había sostenido la mano de Gabriel mientras trataba de mover sus extremidades, limpiado el sudor de la frente de Gabriel, lo había animado y elogiado cada pequeño logro suyo. Todo el mundo había pensado que la carrera de Gabriel había terminado antes de que incluso hubiera comenzado adecuadamente – los médicos no eran optimistas sobre sus posibilidades de caminar de nuevo, mucho menos de regresar al fútbol - pero Jared le hizo creer que podía hacerlo. Y lo hizo. El día en que dio sus primeros pasos sin caerse, Jared lo abrazó con fuerza y le susurró, con voz llena de orgullo, “Este es mi niño.” Y Gabriel no quiso soltarlo jamás. Jared era suyo. No sabía lo que habría hecho sin él.
Él aún no lo hacía. Él podría tener veinte ahora, él podría ser capaz de caminar de nuevo, él podría ser un jugador estrella en un club Inglés de los mejores, pero nada había cambiado sobre la forma en que se sentía por Jared. Se sentía verdaderamente en paz, sólo cuando Jared estaba con él. Si pasaba unos pocos días sin ver a Jared, comenzaba a sentirse fuera de balance y malhumorado - lo que era enfermizo en tantos niveles que Gabriel no podía incluso admitírselo a los psicólogos del club. Pensarían que estaba loco, y tendrían razón.
Infiernos, él pensó que estaba loco por autoinvitarse cuando Jared decidió pasar sus vacaciones con su familia en los Estados Unidos. Afortunadamente - o desafortunadamente – coincidió con que Gabriel se estaba todavía recuperando de una pequeña lesión en el tobillo, o no habría sido capaz de dejar Inglaterra durante el apogeo de la temporada de fútbol.
No había querido traer a su novia consigo, pero no pudo decirle a Claire por qué exactamente no quería que viniera. Claire no sabía acerca de los sentimientos de Jared; ella no sabía que su presencia sería dolorosa para Jared.
Gabriel se pellizcó el puente de la nariz. Joder, ¿por qué todo tiene que ser tan complicado?
Si tan sólo Jared no hubiera desarrollado algo por él...
Excepto…
Excepto que a él tipo que...
A él no le molestaba.
La embarazosa, vergonzosa verdad hizo que las mejillas de Gabriel se calentaran. Sabía que era terriblemente egoísta. Él no podía estar complacido de que Jared tuviera sentimientos no correspondidos por él - y no lo estaba. Jared era la persona más agradable que conocía. No había nadie en el mundo que mereciera más la felicidad que Jared. Pero Gabriel no podía negar que a una parte suya le gustaba que Jared no estuviera enamorado de alguien más. Si fuera honesto consigo mismo, antes de que hubiera descubierto que Jared tenía sentimientos por él, había estado asustado de que Jared se enamoraría de algún idiota que no lo mereciera y que ese idiota se llevaría a Jared lejos de él. Ahora nadie podría.
Gabriel sacudió la cabeza con una mueca. A veces, estos pensamientos egoístas lo enfermaban incluso a él. Tal vez los medios británicos tenían razón: tal vez él realmente era un imbécil egoísta.
Un perro aullaba fuera.
El aullido siguió y siguió, y Gabriel sintió un escalofrío de inquietud bajando por su columna vertebral. Le hizo acordarse del viejo orfanato ucraniano, y de noches frías pasadas acurrucado bajo una manta delgada, deseando algo que pudiera llamar suyo.
Contar ovejas no funcionó.
Gabriel se volvió sobre su espalda con un suspiro. Él escuchó la respiración de Claire, tratando de dejar que lo amodorrara hasta dormirse.
Eso no funcionó, tampoco. Su novia podría estar durmiendo a su lado, pero la persona que ocupaba su mente estaba abajo, emborrachándose. Jared. Su mejor amigo.
Suspirando de nuevo, Gabriel se sentó y enterró sus dedos en su pelo. Retuvo el aliento y forzó su audición. La casa estaba completamente silenciosa. Habían pasado horas; a lo mejor Jared había finalmente ido a acostarse.
Y a lo mejor todavía estaba bebiendo frente a la chimenea.
Apretando la mandíbula, Gabriel miró hacia la puerta.
Él no debería. No debería ir abajo. Eso no cambiaría nada. No había nada que él pudiera hacer por Jared.
Después de todo, él era la razón por la que Jared estaba bebiendo.
“¿No ves lo cruel que es esto? ¿No te importa? Lo estás quebrando.” La voz del primo de Jared resonó en su mente, una y otra y otra vez, cada palabra como un puñetazo en el plexo solar.
Gabriel cerró los ojos, tratando de bloquearlo. Él no tenía intención de revelarle a Alexander que sabía acerca de los sentimientos de Jared por él. No se suponía que lo supiera nadie. No se suponía que Jared debiera saber que Gabriel lo sabía. Ahora, Gabriel no podría dejar de preocuparse. Alexander había prometido no decirle nada a Jared, pero Gabriel no estaba seguro de poder confiar en el tipo – se lo veía bastante enojado más temprano esa noche.
“Él no es tu padre. Él no es tu hermano mayor. Él no es un monje. Él es un hombre saludable en su mejor momento. Si lo amas tanto como afirmas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir.”
Alexander tenía razón, por supuesto: Gabriel era heterosexual, tenía una novia que amaba y no podía darle a Jared lo que quería. Lo correcto sería decirle a Jared, que él sabía sobre los sentimientos de Jared por él - y que cualquier cosa entre ellos era imposible. Hubiera sido más amable permitir a Jared dejarlo y encontrar a alguien más para amar.
Excepto que Jared no podía dejarlo. Incluso pensar en ello hacía que su estómago se retorciera en un nudo doloroso y una oleada de pánico le atravesara todo su cuerpo. Dios, esto estaba tan jodido. Le había dicho a Alexander la verdad: realmente se alegraba de no ser gay. Si él era así de necesitado y dependiente, cuando no quería a Jared de ese modo, Gabriel no podía imaginar la pegajosa ruina que habría sido, si él realmente quisiera a Jared de esa manera. Era lo suficientemente malo ya.
Por el amor de Dios. Él era una estrella del fútbol en ascenso y millonario. No se suponía que se sintiera de esa manera aún. Ya no era un adolescente. Ya no estaba paralítico. No se suponía que todavía sintiera como que Jared fuera su ancla.
Él tenía dieciséis años cuando se dañó la columna vertebral durante algún partido amistoso sin importancia, aquí en los Estados Unidos. El club lo había colocado en el centro de rehabilitación donde Jared estaba haciendo su residencia, y Jared había sido asignado como su fisioterapeuta. Durante diecisiete largos meses, Jared había sido su mundo: él había sostenido la mano de Gabriel mientras trataba de mover sus extremidades, limpiado el sudor de la frente de Gabriel, lo había animado y elogiado cada pequeño logro suyo. Todo el mundo había pensado que la carrera de Gabriel había terminado antes de que incluso hubiera comenzado adecuadamente – los médicos no eran optimistas sobre sus posibilidades de caminar de nuevo, mucho menos de regresar al fútbol - pero Jared le hizo creer que podía hacerlo. Y lo hizo. El día en que dio sus primeros pasos sin caerse, Jared lo abrazó con fuerza y le susurró, con voz llena de orgullo, “Este es mi niño.” Y Gabriel no quiso soltarlo jamás. Jared era suyo. No sabía lo que habría hecho sin él.
Él aún no lo hacía. Él podría tener veinte ahora, él podría ser capaz de caminar de nuevo, él podría ser un jugador estrella en un club Inglés de los mejores, pero nada había cambiado sobre la forma en que se sentía por Jared. Se sentía verdaderamente en paz, sólo cuando Jared estaba con él. Si pasaba unos pocos días sin ver a Jared, comenzaba a sentirse fuera de balance y malhumorado - lo que era enfermizo en tantos niveles que Gabriel no podía incluso admitírselo a los psicólogos del club. Pensarían que estaba loco, y tendrían razón.
Infiernos, él pensó que estaba loco por autoinvitarse cuando Jared decidió pasar sus vacaciones con su familia en los Estados Unidos. Afortunadamente - o desafortunadamente – coincidió con que Gabriel se estaba todavía recuperando de una pequeña lesión en el tobillo, o no habría sido capaz de dejar Inglaterra durante el apogeo de la temporada de fútbol.
No había querido traer a su novia consigo, pero no pudo decirle a Claire por qué exactamente no quería que viniera. Claire no sabía acerca de los sentimientos de Jared; ella no sabía que su presencia sería dolorosa para Jared.
Gabriel se pellizcó el puente de la nariz. Joder, ¿por qué todo tiene que ser tan complicado?
Si tan sólo Jared no hubiera desarrollado algo por él...
Excepto…
Excepto que a él tipo que...
A él no le molestaba.
La embarazosa, vergonzosa verdad hizo que las mejillas de Gabriel se calentaran. Sabía que era terriblemente egoísta. Él no podía estar complacido de que Jared tuviera sentimientos no correspondidos por él - y no lo estaba. Jared era la persona más agradable que conocía. No había nadie en el mundo que mereciera más la felicidad que Jared. Pero Gabriel no podía negar que a una parte suya le gustaba que Jared no estuviera enamorado de alguien más. Si fuera honesto consigo mismo, antes de que hubiera descubierto que Jared tenía sentimientos por él, había estado asustado de que Jared se enamoraría de algún idiota que no lo mereciera y que ese idiota se llevaría a Jared lejos de él. Ahora nadie podría.
Gabriel sacudió la cabeza con una mueca. A veces, estos pensamientos egoístas lo enfermaban incluso a él. Tal vez los medios británicos tenían razón: tal vez él realmente era un imbécil egoísta.
Un perro aullaba fuera.
El aullido siguió y siguió, y Gabriel sintió un escalofrío de inquietud bajando por su columna vertebral. Le hizo acordarse del viejo orfanato ucraniano, y de noches frías pasadas acurrucado bajo una manta delgada, deseando algo que pudiera llamar suyo.
Hasta Jared, nunca había tenido nada que fuera realmente suyo. Bueno, por unos breves tres años, sus padres adoptivos, los DuVals, fueron suyos – o algo así. Fueron gente lo suficientemente agradable, pero no muy buenos padres: siempre demasiado ocupados viajando por todo el mundo como voluntarios para prestar demasiada atención a sus hijos adoptivos. Gabriel nunca llegó a amarlos. Se preguntó que decía eso sobre él, que lo único que había sentido cuando se enteró de la muerte de sus padres adoptivos fue indiferencia.
Él solía preguntarse si algo estaba básicamente mal en él, si él era incapaz de amar a alguien. Él ya no lo hacía. Podía amar a la gente. Amaba a Claire. Y a Jared. Amaba a Jared un poco demasiado para su gusto.
El perro aullaba fuera de nuevo, un aullido lastimero. El sentimiento de soledad creció dentro de él, como un amigo perdido hace mucho tiempo. Soledad y algo peor: miedo.
Con cuidado de no despertar a Claire, Gabriel salió de la cama y dejó el dormitorio.
El segundo piso de la pequeña casa estaba completamente a oscuras. Él bajó las escaleras, temblando un poco mientras sus pies descalzos tocaban el suelo frío.
El fuego estaba muriendo en la chimenea y las brasas apenas iluminaban la sala de estar. Jared estaba dormido en el sofá junto a la chimenea, una botella medio vacía aún agarrada en su mano.
Gabriel se acercó. Sus ojos recorrieron las familiares facciones y el rastrojo oscuro en la angulosa mandíbula. El rostro de Jared era pacífico, libre de líneas duras o preocupaciones, pero incluso dormido, parecía un poco triste y abatido.
La garganta de Gabriel se cerró.
El viento aullaba; la tormenta de nieve aún estaba en su apogeo afuera.
Se sentó en el sofá junto a Jared y apoyó su cabeza en su hombro. Él aspiró, dejando que el olor familiar de Jared lo impregnara. Generalmente era suficiente para calmarlo, pero esta vez, el miedo en la boca de su estómago sólo empeoró.
Perdería a Jared. Tarde o temprano, Jared decidiría que no podía hacerlo más. Él lo abandonaría.
Gabriel se hundió más profundo contra el lado de Jared, envolviendo su brazo alrededor de su cintura.
Jared se agitó en su sueño. “¿Gabe?” Su voz era un murmullo ronco. “¿Qué estás haciendo aquí?”
“No podía dormir” dijo Gabriel. “Sabes que odio las tormentas de nieve. Y esta casa es fría. Me estaba congelando.”
“Todas las mejores razones para quedarte en una cama caliente,” dijo Jared.
No sonaba borracho. ¿Cuánto tiempo había dormido?
Gabriel simplemente murmuró algo evasivo y se acurrucó más cerca. Jared olía bien. Siempre olía bien.
“Mimosa-Puta,” Jared dijo con una sonrisa.
“Cállate. Estoy congelado.”
Jared escabulló un brazo alrededor de su torso, tirando de él prácticamente sobre su regazo.
Gabriel dejó escapar un ruidito contento. Él estaba cálido ahora. “Mmm, mucho mejor,” dijo en el cuello de Jared.
“Vivo para servir,” Jared dijo secamente.
Gabriel se preguntó cómo Jared podía hacer esto. ¿Cómo podía fingir todo el tiempo? ¿Cómo podía ser tan agradable con Claire? Tenía que ser duro - y agotador. No podía seguir por siempre. Jared era la persona más fuerte que él conocía, pero todo el mundo tenía un punto de quiebre. Todos.
Gabriel se quedó mirando las brillantes brasas rojas de un fuego moribundo. Últimamente, Claire había estado tratando sacar el tema del matrimonio y los bebés. Él había estado evitando el tema tanto como podría, pero no pudo hacerlo por siempre sin lastimarla. No era que él no amara a Claire; lo hacía. No era que él no quisiera tener niños; lo hacía. Tener una familia propia siempre fue algo que él anheló. Pero ellos eran demasiado jóvenes. ¿Cuál era la prisa?
Y si él cedía a sus deseos, Jared... ¿Se quedaría Jared? ¿Podría hacerle eso a Jared?
Déjalo ir. Era la voz de Alexander, dura y enojada. Si realmente lo amas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir.
Gabriel se retorció, apretando su brazo alrededor del centro de Jared.
Una mano cálida, fuerte, se instaló en su nuca. “¿Gabriel?” la voz de Jared era seria ahora. Preocupada.
Gabriel se obligó a no apoyarse demasiado en el toque. “Ellos tienen razón, sabes: realmente soy un hijo de puta.”
Jared se quedó inmóvil.
Fuera, la tormenta azotó nieve contra la ventana.
“Está bien, ¿qué pasa?” Jared dijo despacito.
Gabriel negó con la cabeza. “Olvídalo. Sólo... ¿me prometes algo?”
“¿Qué?” los dedos de Jared empezaron a recorrer su pelo.
No me dejes.
Él no lo dijo. No podía decirlo sin despertar las sospechas de Jared. Él no podía decirlo sin sonar como un niño necesitado.
“¿Te arrepientes de mudarte a Inglaterra?” Gabriel preguntó en cambio. Ellos nunca hablaron sobre ello. Sí, fue gente del club de fútbol de Gabriel quienes, impresionados por la poco probable recuperación de Gabriel, le habían ofrecido a Jared un empleo. Pero sabía que él fue la razón principal por la que Jared se había mudado a Inglaterra después de terminar su residencia. Fue hace dos años. Dos años de vivir cada uno en el bolsillo del otro y Gabriel nunca había preguntado. Había tenido miedo de preguntar.
Y ahora, el silencio de Jared le daba miedo. ¿Se arrepentía? Se había mudado a otro país por él y apenas había visto a su familia en el último par de años.
“No,” Jared dijo por fin, con la voz un poco entrecortada. “No me arrepiento”
“¿Y nunca lo harás?”
“Hablar de nunca y siempre es ingenuo,” Jared dijo en voz baja. “Tú no eres ingenuo.”
Gabriel se mordió el interior de la mejilla, sintiendo un dolor físico en sus entrañas. Él se volvió muy consciente del sonido de tic-tac del reloj. Tiempo, yéndose.
No sabía qué hacer.
Así que hizo lo que siempre hacía cuando se sentía perdido, o enojado, o molesto: cerró los ojos, se empujó más cerca del costado de Jared y fingió que los problemas no existían.
Él era bueno en eso – mientras que tuviera a Jared.
Mientras que tuviera a Jared.
El reloj siguió con su tic-tac.
Anterior | Siguiente
Con cuidado de no despertar a Claire, Gabriel salió de la cama y dejó el dormitorio.
El segundo piso de la pequeña casa estaba completamente a oscuras. Él bajó las escaleras, temblando un poco mientras sus pies descalzos tocaban el suelo frío.
El fuego estaba muriendo en la chimenea y las brasas apenas iluminaban la sala de estar. Jared estaba dormido en el sofá junto a la chimenea, una botella medio vacía aún agarrada en su mano.
Gabriel se acercó. Sus ojos recorrieron las familiares facciones y el rastrojo oscuro en la angulosa mandíbula. El rostro de Jared era pacífico, libre de líneas duras o preocupaciones, pero incluso dormido, parecía un poco triste y abatido.
La garganta de Gabriel se cerró.
El viento aullaba; la tormenta de nieve aún estaba en su apogeo afuera.
Se sentó en el sofá junto a Jared y apoyó su cabeza en su hombro. Él aspiró, dejando que el olor familiar de Jared lo impregnara. Generalmente era suficiente para calmarlo, pero esta vez, el miedo en la boca de su estómago sólo empeoró.
Perdería a Jared. Tarde o temprano, Jared decidiría que no podía hacerlo más. Él lo abandonaría.
Gabriel se hundió más profundo contra el lado de Jared, envolviendo su brazo alrededor de su cintura.
Jared se agitó en su sueño. “¿Gabe?” Su voz era un murmullo ronco. “¿Qué estás haciendo aquí?”
“No podía dormir” dijo Gabriel. “Sabes que odio las tormentas de nieve. Y esta casa es fría. Me estaba congelando.”
“Todas las mejores razones para quedarte en una cama caliente,” dijo Jared.
No sonaba borracho. ¿Cuánto tiempo había dormido?
Gabriel simplemente murmuró algo evasivo y se acurrucó más cerca. Jared olía bien. Siempre olía bien.
“Mimosa-Puta,” Jared dijo con una sonrisa.
“Cállate. Estoy congelado.”
Jared escabulló un brazo alrededor de su torso, tirando de él prácticamente sobre su regazo.
Gabriel dejó escapar un ruidito contento. Él estaba cálido ahora. “Mmm, mucho mejor,” dijo en el cuello de Jared.
“Vivo para servir,” Jared dijo secamente.
Gabriel se preguntó cómo Jared podía hacer esto. ¿Cómo podía fingir todo el tiempo? ¿Cómo podía ser tan agradable con Claire? Tenía que ser duro - y agotador. No podía seguir por siempre. Jared era la persona más fuerte que él conocía, pero todo el mundo tenía un punto de quiebre. Todos.
Gabriel se quedó mirando las brillantes brasas rojas de un fuego moribundo. Últimamente, Claire había estado tratando sacar el tema del matrimonio y los bebés. Él había estado evitando el tema tanto como podría, pero no pudo hacerlo por siempre sin lastimarla. No era que él no amara a Claire; lo hacía. No era que él no quisiera tener niños; lo hacía. Tener una familia propia siempre fue algo que él anheló. Pero ellos eran demasiado jóvenes. ¿Cuál era la prisa?
Y si él cedía a sus deseos, Jared... ¿Se quedaría Jared? ¿Podría hacerle eso a Jared?
Déjalo ir. Era la voz de Alexander, dura y enojada. Si realmente lo amas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir.
Gabriel se retorció, apretando su brazo alrededor del centro de Jared.
Una mano cálida, fuerte, se instaló en su nuca. “¿Gabriel?” la voz de Jared era seria ahora. Preocupada.
Gabriel se obligó a no apoyarse demasiado en el toque. “Ellos tienen razón, sabes: realmente soy un hijo de puta.”
Jared se quedó inmóvil.
Fuera, la tormenta azotó nieve contra la ventana.
“Está bien, ¿qué pasa?” Jared dijo despacito.
Gabriel negó con la cabeza. “Olvídalo. Sólo... ¿me prometes algo?”
“¿Qué?” los dedos de Jared empezaron a recorrer su pelo.
No me dejes.
Él no lo dijo. No podía decirlo sin despertar las sospechas de Jared. Él no podía decirlo sin sonar como un niño necesitado.
“¿Te arrepientes de mudarte a Inglaterra?” Gabriel preguntó en cambio. Ellos nunca hablaron sobre ello. Sí, fue gente del club de fútbol de Gabriel quienes, impresionados por la poco probable recuperación de Gabriel, le habían ofrecido a Jared un empleo. Pero sabía que él fue la razón principal por la que Jared se había mudado a Inglaterra después de terminar su residencia. Fue hace dos años. Dos años de vivir cada uno en el bolsillo del otro y Gabriel nunca había preguntado. Había tenido miedo de preguntar.
Y ahora, el silencio de Jared le daba miedo. ¿Se arrepentía? Se había mudado a otro país por él y apenas había visto a su familia en el último par de años.
“No,” Jared dijo por fin, con la voz un poco entrecortada. “No me arrepiento”
“¿Y nunca lo harás?”
“Hablar de nunca y siempre es ingenuo,” Jared dijo en voz baja. “Tú no eres ingenuo.”
Gabriel se mordió el interior de la mejilla, sintiendo un dolor físico en sus entrañas. Él se volvió muy consciente del sonido de tic-tac del reloj. Tiempo, yéndose.
No sabía qué hacer.
Así que hizo lo que siempre hacía cuando se sentía perdido, o enojado, o molesto: cerró los ojos, se empujó más cerca del costado de Jared y fingió que los problemas no existían.
Él era bueno en eso – mientras que tuviera a Jared.
Mientras que tuviera a Jared.
El reloj siguió con su tic-tac.
Anterior | Siguiente
No hay comentarios:
Publicar un comentario