Dura Cabalgata

Capitulo Tres


Austin ajustó la pesada mochila sobre su hombro cuando 
finalmente entró en los límites de la ciudad. Había tardado dos días yendo de a dedo y a pata(2) para llegar tan lejos. Springville era la ciudad más cercana, si esta era lo suficientemente grande para clasificarla como ciudad. Uno incluso podía encontrar el lugar en un mapa. Con una vieja estación de tren abandonada, una cafetería, que hacía las veces de gasolinera, una oficina de correos del tamaño de una letrina, un almacén general, y la tienda de alimentos, no había mucho más que eso, pero era más civilización de la que Austin había visto en mucho tiempo. 


Su estómago gruñó cuando miró a la cafetería, contento de por 
fin tener más para comer, que la carne seca que había sido lo 
suficientemente inteligente para tomar antes de salir. Se dirigió hacia allí, sus botas resonando sobre el pavimento y haciendo eco contra los pocos edificios. Sólo una reluciente camioneta de doble cabina pasó por delante, y se detuvo en la tienda de alimentos. Un canoso hombre mayor salió de la cabina, un hombre que tenía el aspecto de tener algo de dinero. Del tipo que era dueño de una propiedad y que podría necesitar de un hombre como Austin. 

Austin asintió e inclinó su sombrero al tipo y pensó que no 
podía haber nada malo en hacerle una pregunta a la primera 
persona en la que puso sus ojos.
—Buenos días. Usted de casualidad no sabrá de alguna persona 
que necesite un trabajador por aquí, ¿o sí?
El tipo sonrió perplejo y se rascó la cabeza antes de sacarse su 
Stetson negro de la cabeza. —¿Y quién está preguntando?
Austin extendió una mano. 
—Austin Hemming. Acabo de llegar a la ciudad.
—Mack Maitland. ¿Qué tipo de experiencia tiene?
—He estado trabajando para Clyde Jefferies los últimos dos años. Bear McGraw los dos anteriores a esos.
Mack asintió. —Ranchos pequeños. Conozco a Clyde bastante bien. ¿Por qué se marchó de ahí? 

El calor llenó la cara de Austin. No quería arruinar sus posibilidades o hablar mal de Clyde, tampoco. 
—Las cosas no funcionaron. Es un tipo bastante agradable y un buen jefe, pero era hora de seguir adelante.
La mirada de Mack recorrió el rostro de Austin y sintió como si 
el hombre viera exactamente lo que estaba tratando de esconder.
—Así que, ¿sabe de alguien que necesite ayuda? —preguntó Austin. Él realmente no quería dormir en su jergón otra vez, si pudiera encontrarse para sí una cama. Una comida caliente sonaba muy bien, también. Su mirada se desvió a la cafetería, y sin darse cuenta se humedeció los labios.
—Tal vez sí —respondió Mack, mirando a su alrededor—. ¿Cuándo fue la última comida que tuvo?
El estómago de Austin tuvo la audacia de gruñir. —He estado 
comiendo carne seca.
—¿Cuándo fue la última comida caliente que tuvo?
—Me tomó un par de días caminar hasta aquí. Voy a comer algo en un minuto. —Tan pronto como me diga si sabe de alguien que necesite ayuda.
Mack cerró la puerta de su camioneta después de agarrar unos papeles de la cabina.
—Yo mismo me dirijo a la cafetería. Venga a desayunar conmigo.
Austin miró al restaurante y de regreso a Mack. Su paciencia se 
estaba agotando, pero él ya había planeado comer, así que ¿por qué no? —Por supuesto.
Se ajustó la mochila de nuevo y siguió al hombre hasta la cafetería. Mack se instaló en una cabina en el fondo y Austin se deslizó del otro lado, después de haber descargado su mochila en el asiento. Mack se quitó el sombrero y lo puso en el asiento de al lado, así que Austin siguió su ejemplo. Cepillo su pelo con los dedos, a sabiendas que dos días caminando lo habían dejaron hecho un desastre. 
Una camarera en un uniforme de color rosa desteñido se acercó.
—Buenos días, Mack. ¿Lo de siempre?
—Buenos días, Peggy. Sí, por favor. —Mack se volvió a Austin —. ¿Y usted?
Austin echó un vistazo a su alrededor y vio el menú en la pared. 
Rápidamente lo revisó teniendo en cuenta la cantidad de dinero que tenía en su bolsillo. Sólo le alcanzaría hasta aquí, pero estaba muerto de hambre.
—Ordene lo que quiera. El desayuno va por mi cuenta —dijo Mack, su voz baja.
En ese caso... —Tomaré la carne, bien hecha y los huevos, 
estrellados. Y un café.
—Entendido, cariño —dijo la mujer antes de caminar arrastrando los pies hacia la ventana del cocinero. Ella volvió enseguida con dos cafés y una pequeña jarra de crema. 
Austin puso en su taza una sola cucharada de azúcar antes de 
beberlo. Cuando la dejó, la camarera había traído una cesta de plástico llena de pan tostado y paquetes de mermelada. Tan 
hambriento como estaba, Austin no tardó en untar un poco de jalea de uva en media pieza de pan y morder un bocado lentamente. Alzó la vista cuando hubo terminado para ver a Mack mirándolo fijamente.
—Nunca he oído a un hombre gemir por un trozo de pan.
Austin se rió entre dientes, poniéndose rojo.
—Supongo que estaba más hambriento de lo que me di cuenta. Uno no se da cuenta de cuan bueno es un maldito pedazo de pan tostado.
Mack echó un poco de crema en su taza, después un par de cucharadas de azúcar, y luego agitó la mezcla un par de veces. Miró a Austin, y se le quedó mirando por un buen, largo minuto.
—Le estoy comprando el desayuno, así que tal vez pueda decirme con sinceridad por qué se fue del rancho de Clyde Jefferies.
Austin se puso tenso, no estaba listo para decirle todos sus 
asuntos a un completo desconocido. —¿Por qué es tan importante?
—Porque estoy buscando empleados y no buscando problemas.
Austin se calmó un poco, pero sólo un poco. Una oportunidad 
estaba delante de él, pero para conseguirla, tenía que inventar algo creíble. Austin apestaba mintiendo. Su mente se agitó. —Bueno... verá... Yo, eh...
—Sólo escúpelo.
Algo sobre Mack le hizo a Austin sentirse como si pudiera ser 
honesto, sin que esto se supiera. Siempre había sido bastante buen juez de carácter, pero hubo un par de veces que eso le había 
mordido en el culo. —No pude mantener mi polla en mis pantalones. Debería de haber podido, pero usted sabe... las noches se sienten solitarias.
Mack asintió, con los ojos muy abiertos. —No me puedo imaginar que alguien quisiera acostarse con Jemma, a menos que tuvieran una horrible picazón que necesitara rascarse.
Austin sintió más calor corriendo hacia su rostro.
—¿No fue Jemma?
Austin alzó la vista, la vergüenza llenándolo.
—No. No fue Jemma. 
Mack se recostó en la cabina y levantó sus brazos para que 
colgaran en el borde superior del asiento. Una lenta sonrisa 
comenzó a formarse en sus labios.
—No fue Jemma. —La sonrisa vaciló un poco—. No estamos hablando del ganado, ¿verdad?
Austin levantó una ceja. —Nunca he estado tan solo.
Mack se rió.
—Así que tienes cuatro años de experiencia en ranchos más 
pequeños. ¿Algún problema con la ley?
—En realidad, trabajé en la propiedad de mi padre toda mi vida. Era del mismo tamaño que los otros dos ranchos. Y no tengo problemas con la ley.
—¿Dónde estaba la propiedad de tu padre?
—Oklahoma, cerca de la frontera con Texas. —Austin no podía 
recordar una porción de tierra más bonita, jamás. Una sonrisa 
apareció en sus labios, pero el recuerdo de lo que pasó hizo 
desaparecer la sonrisa.
—¿Qué pasó con ella? —Preguntó Mack suavemente.
—Mamá murió y papá empezó a beber. No podía hacerlo todo yo solo, y no estaba haciendo lo suficiente para pagar todas las cuentas, no sin él ayudándome y la escuela y todo. Finalmente, el 
banco llegó y la confiscó.
—Hijo, siento escuchar eso. ¿Dónde está tu padre ahora? 
Austin se recostó en su asiento, sin estar de ánimo para hablar 
de ello. —Él se ahorcó el día en que recibimos la notificación del 
banco. En un viejo álamo junto a la casa. Lo enterré en el patio 
trasero, antes de que llegaran a ejecutar la hipoteca.
Mack hizo una mueca y miró por la ventana a la tranquila calle 
principal.
—Eso es duro, hijo. Lamento que hayas pasado por todo eso. 
Austin se sorprendió de que incluso lo hubiera dicho. No había hablado de su padre desde la muerte del hombre. Era la primera vez que había contado a alguien que su papá había muerto. Escucharlo dolía, casi tanto como el día en que había enterrado al hombre.
—¿Cuántos años tienes? —Mack frunció el ceño un poco mientras preguntaba. 
Austin se enderezó. —Casi veintidós años.
—Mierda, muchacho, pensé que eras mayor que eso. ¿Apenas saliste de la escuela y trataste de trabajar esa tierra?
—Tuve que dejarla. No podía hacer las dos cosas.
Mack examinó a Austin.
—Está bien, entonces, tengo un trabajo para ti, pero con una 
condición.
—¿Cuál es?
—Promete obtener tu GED(3)dentro del próximo año. Y tengo 
justo el hombre para darte clases también.
¿Tutor? —No necesito un pedazo de papel para encargarme de 
un caballo.
—Quieres un trabajo, esa es la condición. Me gusta tener hombres inteligentes trabajando para mí, hombres que quieren 
hacer algo de sí mismos.
—¿Y qué voy a hacer de mí vida en un rancho? No es como si fuera a ser dueño de una extensión para mi algún día.
—¿Por qué no?
—No pude aferrarme a la que tuve —dijo Austin cuando Peggy regresó, trayendo el desayuno con ella.
Mack estuvo callado mientras él agradecía a la camarera y cavaba en su comida. El apetito de Austin había flaqueado al hablar sobre su padre, pero al oler la comida le hizo repensar los asuntos de estómago. Cortó la carne y metió el primer bocado en su boca. La carne se derretía en la lengua y él gimió, esta vez plenamente consciente de que lo había hecho. —Maldición, esto es bueno.
—Apenas eras un adulto y tu papá no tuvo ningún problema poniendo todo eso sobre ti. Con la edad, la experiencia, y un poco de cuidadoso ahorro, no hay razón por la que no puedas hacer más de tu vida algún día.
Austin se encogió de hombros, más interesado en el aquí y el 
ahora, y la comida golpeando su hambriento estómago, que pensar en cualquier tipo de futuro. —Sí, tal vez —farfulló, todavía 
masticando lo último de su reciente bocado.
Mack cortó su propia carne y colocó un pedazo en su lengua. 
Después de que él había masticado y tragado, habló. —¿Así que nosotros tenemos un trato?
Austin cortó otro trozo y lo sumergió en el huevo frito. Casi 
había terminado el instituto y sus calificaciones no habían sido del todo malas. No podía ser tan difícil de obtener un GED. Al menos tendría un lugar para descansar su cabeza esa noche.
 
—Sí, seguro. ¿Por qué no?

Otra camioneta se detuvo en el pequeño aparcamiento en frente de la cafetería, una cosa pulida y grande, incluso mejor que la de Mack. Un hombre se deslizó fuera del asiento, con un enorme sombrero blanco de diez galones(4), botas brillantes, y las más modernas ropas de vaquero urbanas. Mack se recostó y tomo nota, pareciendo tenso.
 
—¿Quién es?
—Un chico de ciudad que cree que puede ser un ranchero —respondió Mack.
El hombre irrumpió en el comedor con dos empleados detrás de él. Austin ni siquiera había visto a los otros dos hombres en la camioneta, por lo que no estaba muy seguro de dónde habían venido estos. Considerando cuan despeinados se veían, Austin suponía que habían estado en la parte de atrás. Austin miró a la camioneta de doble cabina una vez más. Había un montón de espacio en el interior de la cabina para los otros dos hombres por el aspecto de esta. Por alguna razón, eso hizo enfadar a Austin. Y se sintió mal por los dos chicos. 
Dos chicos guapos. 

Austin sintió su polla engrosarse mientras miraba a ambos. El 
más alto de los dos notó la mirada de Austin y se encontró con la 
suya. Luego sonrió ligeramente. Austin se giró y se ajustó su creciente erección.
—Mantenla en tu pantalón, hijo —susurró Mack.
Austin se rió para sí mismo, riéndose de la facilidad con la que Mack parecía leerlo. Algo acerca del hombre ponía a Austin cómodo, y eso no era algo que encontraras con demasiada frecuencia en el mundo.
—Buenos días, señorita Peggy. ¿Cómo está usted este hermoso 
día? —Preguntó el hombre en voz alta. No había nadie más en el 
lugar, excepto Austin y Mack, así que Austin no sabía por qué el 
hombre estaba gritando.
Peggy miró en su dirección con una sonrisa falsa. —Buenos 
días, Pete —dijo con voz monótona—. Siéntate donde quieras. 
Pete se sentó en el mostrador. Cuando los otros dos le 
siguieron, él los corrió. —No se sienten aquí. Vayan a sentarse en una cabina por allá.
Austin rechinó los dientes. Qué pomposo pendejo.
Pete se volvió para mirar detrás de él y pareció darse cuenta de 
repente que ellos estaban allí. En una sala casi vacía. —¡Mack 
Maitland! ¿Cómo estás en esta hermosa mañana?
—Bien, Pete —dijo Mack, metiéndose otro bocado.
—He oído que acabas de incrementar tu extensión. Ahora es casi tan grande como la mía.
Mack gruñó levemente antes de, al parecer, forzar una sonrisa.
—Casi, me supongo.
—Traté de que Jim me vendiera, pero parece que hablaste con 
él primero —Pete parloteó—. Pero, por otro lado, ¿quién necesita realmente ser dueño de la mitad del condado?
Los parpados de Mack bajaron mientras bebía de su taza de 
café. —Supongo que nadie necesita ser dueño de la mitad del condado.
—Siempre me lo puedes vender sí termina siendo demasiado 
para ti —dijo Pete—. Sólo como futura referencia. Sé que los 
hombres de Hutchens se fueron esta mañana, así que dudo que 
tengas el personal que necesitas para trabajar toda esa tierra. 
Especialmente con esos tres que tienes ahora.
—¿Y qué se supone que significa eso, Pete?
Pete dio la espalda a Mack. —No lo sé. Solo escucho... cosas... 
acerca de tus hombres.
—Apuesto a que lo has hecho. Trabajadores, fuerte apoyo, y 
leales hasta la médula. 


Pete se rió. —Por supuesto.
—Los rumores tienden a hacer una montaña de un grano de 
arena. Infiernos, Pete, deberías de escuchar algunos de los rumores 
que he escuchado sobre ti. 
La mirada de Austin revoloteó al pálido rostro de Pete, y se 
sintió divertido, el comentario pareció molestar al hombre.
—Los rumores... sí... una cosa terrible —dijo Pete, volviendo a 
mirar hacia adelante. 
Peggy sirvió un poco de café a Pete. —¿Lo de siempre?
—Sí, señora. Qué encantador es venir aquí y tener a alguien que 
sabe lo que me gusta. Esa es la razón por la que vine aquí. Para 
disfrutar de las comodidades de un hogar proporcionadas por 
lugares como este.
—Sí, claro —dijo Peggy, poniendo los ojos en blanco. 
Mack terminó su plato y lo apartó. Austin lo hizo poco después.
—¿Listo? —Mack preguntó, agarrando su sombrero.
Austin se levantó y sacó sus pertenencias fuera de la cabina, 
sólo para encontrarse con la mirada inquisitiva de Pete.
—¿Un nuevo trabajador? —Pete preguntó con una amplia sonrisa.
—Síp. Su nombre es Austin. 
Pete le echó un vistazo a Austin y su sonrisa se volvió lobuna.
—Si usted tiene...algunos problemas en el Triple M, venga a buscarme. Siempre puedo encontrarle algo que hacer en mi rancho.
Mack empujó a Austin hacia la puerta. —Él no quiere trabajar 
para ti.

Pete se rió de nuevo, el sonido irritó los nervios de Austin. 
—Que él juzgue eso.
Mack instó a Austin a salir por la puerta y una vez en la 
camioneta, ayudó a Austin encerrar su mochila en un depósito vacío en la cama de la camioneta. —Tengo que hacer un pedido en la tienda de alimentos, luego tengo que hacer tres paradas rápidas, antes de regresar al Triple M. A menos que necesites algo, puedes sentarte en la camioneta y esperarme.
—No necesito nada en este momento —dijo Austin, sabiendo que incluso si lo necesitara, estaba tan corto de efectivo, que probablemente no compraría nada.
Mack oprimió un botón de su llavero y dejó a Austin subir al 
interior, antes de ir al otro lado de la calle, papeles en mano. Austin los había espiado en la cabina de la cafetería antes de que se hubieran ido y vio que eran volantes, en busca de trabajadores. Él se acomodó en su asiento y bajó el sombrero sobre sus ojos, listo para una siesta. Había dormido encorvado sobre sí mismo muchas noches, pero nunca fue un buen reposo. Unos pocos minutos de sueño no eran algo malo.
Mientras se sentía tranquilo, oyó un golpe en la ventana. 
Pete estaba ahí de pie, sonriendo. Austin sostuvo la puerta abierta. Sin las llaves, no podía bajar la ventana.
—¿Sí? 

Pete empujo una tarjeta en su mano. —Yo era serio. Cualquier 
problema por ahí, y me llama. Podría utilizar toda la ayuda que 
pueda conseguir. —Pete se lamió los labios mientras su mirada 
recorría el cuerpo de Austin. 
Un escalofrío corrió por la espina dorsal de Austin, y no en el 
buen sentido. Él tomó la tarjeta, a pesar de que no quería, y la metió en el bolsillo, esperando que el hombre lo dejara en paz. —Si 
seguro. Cualquier problema.
Por instinto, Austin no pensaba que fuera a tener un problema 
con Mack. ¿Pero sus trabajadores? Ese podría ser otro problema. 
¿Y un GED? ¿En qué me he metido? 
Por el rabillo de ojo, Austin vio a Mack regresando otra vez, una 
tormenta formándose en la cara de su nuevo jefe.
—Deja en paz a mi empleado, Pete. —Mack miró al hombre quien rápidamente se alejó de la camioneta.
Una vez que Pete volvió a entrar, Mack subió a la cabina. 


—¿Qué quería ahora?
—Me dio su tarjeta —dijo Austin, sacando la cosa de su bolsillo 
como si estuviera infectada. La coloco en la amplia consola entre él y Mack—. No la quería, pero la tome con la esperanza de que él se fuera.
Mack negó con la cabeza. —Ese hijo de puta ha tomado 
suficientes cosas por aquí. —El hombre aceleró el motor mientras miraba hacia la cafetería—. Él no tomará nada más.


2
Pidiendo que lo lleven gratis (aventón) y caminando.
3
Certificado de constancia de estudios equivalentes de Preparatoria /Instituto .
4
Es otro típico sombrero, además del Stetson, de los rancheros.

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