Eterno Amor (Eternal Love)

Capitulo Dos

Primera Parte

Cuando despertó, Aswil ya se había ido, la esperanza de que todo hubiera sido un sueño desapareció en el instante en que Tomoyuki se sentó en la cama.

Los botones de su camisa de dormir habían sido abrochados, pero las cosas que hicieron la noche pasada reposaban
desagradablemente en su mente y en su piel. No importa que tan cuidadosamente fuera limpiada la evidencia después, no había forma de eliminar los recuerdos o las sensaciones que permanecían con él.
Tomoyuki había dormido toda la mañana, como si se negara
a reclamar su conciencia.
¿Por qué había hecho esto Aswil? ¿Por qué estaba tan obsesionado con Tomoyuki? Tomoyuki había pasado toda la noche pensando y ahora entendía aún menos.
De lo único que estaba seguro era de la repugnancia que sentía de rendirse tan fácilmente a Aswil. Se dijo que había sido atrapado por el placer. De esta forma su placer físico sería sometido por cualquier emoción peligrosa. Eso hubiera sido mejor que lo que en verdad ocurrió.
Tal vez Aswil de verdad pretendía encerrarlo con las mujeres del palacio. Tarde o temprano, el hombre se casaría. Y después de eso podría incluir varias esposas más en los cuarteles de las mujeres. En la religión de Aswil, hasta cuatro mujeres podrían ser reconocidas. ¿Acaso este hombre intentaba tratarlo como una pertenencia, como una esposa? ¿Mantenerlo a su lado para cuando quisiera algo diferente?
Tomoyuki tembló. Estaba aterrado ante la idea de pasar su vida esperando por la siguiente visita de Aswil. Eso estaba bien para sus esposas, puesto que ellas tendrían la importante labor de criar sucesores, pero Tomoyuki sólo existiría como un objeto para acostarse con él.

—No puedo creer que esto esté pasando—, susurró.

Estaba envolviendo sus brazos sobre sus hombros, comenzando a temblar con disgusto, cuando escuchó que tocaban la puerta.
Hizo una mueca al sentarse. Sus articulaciones le dolían y un dolor agudo le recorría las piernas. Culpó a la degeneración de la noche anterior, y una pena más profunda que la humillación que había sentido se apoderó de él.
La puerta se abrió y apareció Aswil.

—No tienes que levantarte—, dijo mientras entraba al cuarto y caminaba directo hacia la cama.

Tomoyuki apretó sus dientes a pesar del dolor en sus miembros y, sin mostrarlo en su cara, se levantó de la cama silenciosamente.
Lo que pasó anoche no fue nada, se dijo a sí mismo para pretender que era verdad.

—¿Cómo estás, algún dolor?— inquirió Aswil.

Tomoyuki lo ignoró y se dirigió hacia la ventana. No miraría al hombre a los ojos ni hablaría con él. Quería demostrar a Aswil no estaba dispuesto a aceptar sus abusos.

—Así que después de las maldiciones viene el silencio—. Suspiró dramáticamente Aswil. —Está bien. Tengo algo de trabajo que hacer en Madina hoy. Si necesitas algo, dile a Sana. Volveré en la noche.
Aswil se volteó y dejó la habitación totalmente indiferente.
Tomoyuki se enfadó mucho de escuchar al hombre decir casualmente que volvería esa noche. Enterró las uñas en la palma de sus manos.
Lo de anoche de nuevo, pensó. Lo hizo deseoso de escapar de ese lugar lo más pronto posible. Entre más tiempo pasaba con Aswil, menos podía resistirse a sus encantos. Tomoyuki se conocía
bien para darse cuenta.

Sana fue la siguiente en entrar.
—Buenos días—, saludó.
Tomoyuki se dijo que Sana no sabía nada de lo que había pasado la noche anterior. Esto le permitió pretender que en verdad nada había pasado.

—Buenos días—, contestó complacientemente. —Aunque ya
es tarde. Creo que en verdad estaba cansado.

Sana le sonrió. —Me da gusto que durmiera bien. Se ve mucho mejor que ayer.

Él tenía sentimientos mezclados acerca de su comentario, sabiendo que era lo que lo hizo dormir profundamente.Gracias.

Sana empujó un carro cargado con comida en el cuarto. Él quería ser necio y rehusar la comida, pero su estómago estaba totalmente vacío. Eso era natural, ya que no había comido nada desde que llegó a Saria.
—Gracias por traerla hasta aquí—, dijo.
—No es nada—, contestó Sana. —El príncipe Aswil me pidió
que se lo trajera. Él tenía que ir al palacio en Madina por asuntos
oficiales, pero planea regresar por la tarde.
—Ya veo—, murmuró Tomoyuki.
Así que Aswil no podía llevarlo al palacio principal en Madina
después de todo. Se dio cuenta que la opción de Aswil respecto al
palacio de Saria era motivada por el hecho de que no quería que
nadie supiera que Tomoyuki estaba ahí. Si otros supieran que el
príncipe había secuestrado a alguien, incluso un hombre tan
poderoso como Aswil tendría algunas preguntas que responder. Y si su familia decidiera investigar la relación entre los dos, Aswil no sería capaz de decir la verdad.
—¿Prefiere café o té?—, preguntó Sana.
—Té por favor—, dijo Tomoyuki.
Comió un sándwich de jamón y pavo, fruta y después yogurt.
Era un menú adaptable tanto como desayuno como comida.
—Dejaré sus ropas aquí— dijo Sana.
—Gracias.
Sana parecía incómoda ante la gratitud que Tomoyuki mostraba ante todo.
—Por favor no me agradezca—, dijo —este es mi trabajo y
su majestad me pidió que lo tratara como realeza.
Los países arábigos eran diferentes de Japón. Este era un
país donde las divisiones sociales eran heredadas por generaciones.
Entre más japonés actuara Tomoyuki aquí Sana se sentiría más incómoda.
—Está bien—, accedió complaciente y cambió el tema. —En ese caso, me gustaría ver más del palacio. ¿Puedo echar un
vistazo afuera después de comer?
Él asumió que ella lo miraba como un invitado de Aswil.
Mencionó el tema casualmente, como si sólo quisiera mirarlo
superficialmente. Eso sería natural para un invitado. Pero su
verdadera intención era diferente –iba a encontrar una manera de
escapar del palacio.
El país de Madina era casi tan grande como la isla japonesa
de Kyushu. Como la mayoría de los países arábigos, la mayor parte de su riqueza nacional era generada por el petróleo. Las inmensas cantidades de dinero provenientes del petróleo que Madina obtenía, hacía al país próspero, y al mismo tiempo enriquecía los cofres de la familia real. El estilo de vida de la
realeza de Madina estaba a un nivel de lujo que ni siquiera las
personas más ricas de Japón se podían acercar.
Y la cantidad de dinero que los turistas contribuían a Madina
era un porcentaje nada insignificante al presupuesto nacional. Los libros de guía publicitaban el atractivo del país, siempre mencionando los extraordinarios edificios lujosos y los desiertos que los turistas podían visitar sin guía alguna.
—¿Estamos cerca de una ciudad verdad?, preguntó
Tomoyuki —¿así que los turistas son capaces de ir de excursión en
los desiertos de aquí?
—Sí—, contestó Sana —toma menos de dos horas llegar de
la ciudad de Madina a Saria.
Menos de dos horas. Tomoyuki sonrió a Sana mientras hacía
cálculos mentales. Dos horas no era tan lejos. El escape sería
posible. Y si tenía suerte, podía encontrarse con un grupo de tour
en el camino. Entonces podría pedir ayuda. Si pretendía ser un
turista arriesgado que había ido al desierto sin prepararse podía
estar bien. Sin embargo, si algo saliera mal, estaría en problemas.
—No puedo llevarlo al desierto—, continuó Sana —pero puedo acompañarlo al jardín después de su comida. Es muy hermoso. Estoy segura que lo encontrará adorable también señor Tomoyuki.
El trabajo de Sana requería satisfacer atentamente las
necesidades de los invitados de Aswil. Pero no estaba contenta con simplemente darle un tour a Tomoyuki –quería que le gustara lo que veía también.
Probablemente sería castigada por Aswil si Tomoyuki desapareciera, y eso le dolía, pero en este momento no podía permitirse pensar en otra cosa más que escapar.
—Si andamos por ahí, los guardias podrían molestarse—, dijo Tomoyuki casualmente.
—¿Probablemente hay guardias en las puertas frontales y traseras verdad?
—Es correcto—, dijo Sana. —Pero está bien. Cuando entran
los vehículos, las cosas se ponen algo ocupadas, así que a nadie le
importaría si toma un paseo.
Tomoyuki se animó un poco. —¿Entran carros? ¿De afuera?—. Eso valía la pena considerarse.
Sana asintió mientras servía té en una copa. No tenía razón
para sospechar, ya que creía que Tomoyuki sólo era un invitado de
Aswil. De igual forma, no hubiera pensado que Tomoyuki tenía la
intención de escapar.
—El siguiente vendrá a las dos de la tarde para entregar las
provisiones—, explicó sin darse cuenta.
—¿De verdad?—, murmuró Tomoyuki.
Si era para entregar las provisiones eso significaba que
probablemente venía a cierta hora cada día. Las puertas se abrirían a las dos en punto. Grabó esto en su memoria.
—¿Aswil tiene carros aquí en el palacio?—, preguntó.
—Sí, los tiene—. Respondió Sana. —Están los vehículos del príncipe Aswil y los jeeps que los guardias usan. Pero ninguno de
ellos puede ser usado sin el permiso de su majestad. Un guardia que fue empleado aquí usaba los vehículos con propósitos privados, y algunos decían que hacía cosas malas.
—Lo siento, sólo tenía curiosidad de qué tipo de carro conducía Aswil— dijo con precipitación Tomoyuki para tranquilizar
a Sana. Ella había inclinado la cabeza hacia él con una mirada ligeramente sospechosa. Él había asumido que habría carros, pero
parecía que no sería fácil obtener uno.
Pero tenía que hacer algo mientras Aswil no estaba…
—¿Cómo llegó Aswil a Madina?, preguntó ahora.
—Siempre usa un helicóptero— reveló Sana. —Casi no utiliza los carros. Cuando se queda en Saria, exclusivamente usa un caballo.
—¿Hay… caballos?
—Es correcto— sonrió Sana. —El príncipe Aswil está evidentemente encariñado con ellos. Los caballos árabes son fuertes y muy hermosos. Hay un establo en la parte de atrás del palacio.
Tomoyuki se decidió por escapar a caballo. Tenía experiencia montando de su estancia en Inglaterra. No había
montado por un tiempo, pero la habilidad seguro regresaría a él.
Cuando Sana dejó el cuarto, Tomoyuki fue por la ropa que
ella había dejado para él en una magnífica mesa tallada. Se puso
unos pantalones de lino y una túnica blanca, mejor conocida como thawb. Era un traje típico árabe, que caía hasta sus pies. Miró su reflejo en el espejo colocado en la mesa y sonrió con pesar.
Aparte del lujo de la ropa, en Tomoyuki parecía un
disfraz para una obra escolar o una convención de anime. Verse
vestido con un atuendo árabe solo subrayaba la necesidad de
volver a Japón. Madina no era donde él pertenecía.
Quitando la vista del espejo, miró alrededor de la habitación. No podía salir al desierto sin un sombrero de alguna clase. Necesitaba algo para proteger su cabeza. Abrió todos los
cajones y buscó en el closet, pero no había nada. Estaba todo
vacío.
No le quedó opción, más que romper las sábanas y convertirlas en un keffiyeh. Se cubrió de la cabeza a los hombros
con los restos en un estilo árabe improvisado.
Comió rápidamente y verificó la hora: la 1:30. Faltaban treinta minutos. Quería ver exactamente lo que pasaba cuando se abrían las puertas a las 2 en punto.
Se deslizó por la puerta, pero antes de haber ido muy lejos, distinguió a un guardia vistiendo un traje y un keffiyeh.
Vigilando la espada en la cadera del hombre regresó rápidamente
a su habitación.
Sabía que no era capaz de burlar al guardia. Después de pensarlo un poco, concluyó que no tenía opción más que tomar ventaja de Sana. Esperó a que regresara por los platos, tratando de calmar su impaciencia.
Justo cuando comenzaba a desesperarse, finalmente alguien
tocó la puerta. Dejó salir un suspiro de alivio cuando miró entrar a Sana empujando su carrito.
—Oh— gritó la mujer.
Debió haber notado su keffiyeh hecho a mano. Tomoyuki vio,
dándose cuenta que cualquier explicación no llegaría muy lejos.
—Necesitaré esto si voy por un paseo, ¿no es así?— dijo, —
busqué uno pero no encontré nada.
—Si me hubiera preguntado, podría haberle traído uno—
dijo Sana.
—Oh, supongo que debí haber hecho eso— contestó ambiguamente. No podía decirle que esperaba escapar sin que se
dieran cuenta.
—¿Quisiera más té? Inquirió ella, cambiando de tema.
—No gracias. ¿Te importaría mostrarme el jardín ahora?
Preguntó Tomoyuki ocultando su impaciencia.
Sana dudó un momento. Después se detuvo a la mitad de limpiar los platos y dio prioridad a los deseos de Tomoyuki.
Eran casi las dos de la tarde.
En cuanto dejaron la habitación, Tomoyuki le recitó a Sana la línea que había preparado —Si es posible, no me gustaría
ver ningún guardia… no estoy acostumbrado a ellos y me da pena decirlo, pero me dan miedo.
La mujer lo consideró por un momento. Sin duda sólo
pensaba en cómo hacer la estancia del invitado lo más agradable
posible.
—Por aquí—, finalmente dijo. Caminando Tomoyuki la
seguía a medio paso, con los nervios de punta. Cada vez que
pasaban por uno de los pilares tallados, su corazón subía a su
garganta, esperando un guardia aparecer tras él.
Caminaron a través de una masa de pasajes, avanzando entre el palacio sin ver a nadie. Sería capaz de salir fácilmente ahora. Justo en ese momento Sana se detuvo,
interrumpiendo sus pensamientos.
—Quién anda ahí
La pregunta provenía de un guardia uniformado a su
derecha. Había una espada en su cadera. La mirada del guardia
pasó de Sana y cayó fuertemente sobre Tomoyuki.
Sana retrocedió, distanciándose del guardia. La tradición prohibía a hombres y mujeres hablarse familiarmente. Su interacción con Tomoyuki era aceptable como una función de su trabajo y, probablemente porque era un extranjero.
—Este es el invitado del Príncipe Aswil— explicó.
—El Príncipe Aswil ordenó que nadie saliera— dijo el guardia,
mirando a Tomoyuki desde atrás de sus cejas pobladas y su
esponjosa barba negra.
El corazón de Tomoyuki comenzó a latir rápidamente, pero logró controlarse. —Qué raro— dijo —Él me dijo que podía ir a donde quisiera.
Se acercó un paso al guardia. No iba a poner a Sana en más peligro.
—He escuchado que Saria es una magnifica ciudad— continuó. —¿No podría sólo oler el aire fresco y echar un vistazo al
paisaje? Oh, se me olvidó mencionar que soy amigo de colegio de Aswil, Makabe.
Ofreció su mano derecha. El saludo de mano era una costumbre en las culturas árabes.
El superior social o la persona con un estatus más alto siempre iniciaba el saludo. El guardia era probablemente de la edad de Tomoyuki. Pero tendría problemas ignorando al viejo amigo de Aswil.
El guardia mostraba cierta resistencia a regresar el
saludo de mano, que Tomoyuki comenzó a ponerse nervioso.
—Contactaré a su majestad y confirmaré eso— dijo el guardia. —Por favor espere un momento.
—Eso no es necesario. No quiero interrumpir el trabajo de Sheik Aswil—. Opuso Tomoyuki con una sonrisa. El guardia necesitaba ser persuadido para que lo olvidara. Si contactaba a Aswil, sería su propio trabajo el que sería interrumpido, no el de él.
—Sólo me resignaré a no salir. Si tan sólo pudiera ver el jardín de atrás, estaría bien. Me gustaría ver los caballos árabes.
Podrías venir para mantenerme vigilado.
Seguramente descubriría la ubicación de la puerta incluso si no iba afuera.
Después de dudarlo un poco, el guardia aceptó la sugerencia.
Ya que no le estaba permitido salir, el guardia serviría para recordar las restricciones de Tomoyuki.
—Sana, este hombre puede guiarme ahora—, dijo —Tú
puedes regresar a tus otros deberes
—Está bien señor,— asintió Sana con alivio. Tomoyuki le
sonrió y partieron. Entonces él siguió al guardia.
—He oído que los caballos árabes son muy hermosos— dijo.
—Los más hermosos en el mundo, y los más fuertes— habló el guardia entusiasmado ante el halago de Tomoyuki.
—No puedo esperar— soltó Tomoyuki —me pregunto si le
consulto a Aswil me dejaría montar uno de ellos. Puedo no
parecerlo pero soy un buen jinete—. Enfatizó su amistad con Aswil, esperando quitarse al guardia de encima. No podía ver la expresión del guardia, pero el hombre parecía estar relajándose.
Se detuvieron enfrente de un par de puertas dobles y Tomoyuki se quedó con la boca abierta.
—Por favor no vaya afuera— le recordó el guardia antes de
abrir la puerta.
Su primera reacción ante la grandeza del jardín fue shock.
Las exuberantes palmeras bañándose a la luz del sol eran las mismas que esas en el jardín de enfrente, pero aquí este jardín
era un paisaje ininterrumpido de exuberante verdor. Incluso había
una fuente semi-circular donde dos caballos se levantaban sobre sus tobillos bebiendo el agua. Más adelante había un kiosco y
muchos caballos trotaban lentamente en un establo a la derecha.
Mientras el otro jardín era glorioso en su esplendor, este era
sereno. Con los caballos dispersados en él, parecía una pintura.
Tomoyuki miró por primera vez que las paredes externas del
palacio de Saria eran blancas.
El arreglo alrededor de las ventanas decorativas, tan
numerosas como los pilares de las paredes, eran todos un azul
pálido a la luz del sol. No había venido aquí a admirar el escenario, pero aun así, estaba anonadado.
Un fuerte sonido lo regresó a sus sentidos en un instante.
¿Qué había ocasionado ese ruido? El guardia escoltándolo parecía
preocupado ante el inusual ruido.
Los caballos de la fuente se alteraron por el miedo. Un
ayudante del establo acudió rápidamente a calmarlos, pero los caballos se resistieron, sacudiendo sus cabezas y relinchando.
El guardia avanzó un paso, después se detuvo y miró a
Tomoyuki. Parecía inseguro de lo que debía hacer, considerando
sus dos opciones por varios segundos. Pero cuando Tomoyuki
asintió con su cabeza, corrió en la dirección del ruido.
En cuanto lo dejaron solo Tomoyuki corrió al jardín, con
rumbo a la fuente. Murmuró suavemente a uno de los caballos
agitados por el ruido, que gradualmente recobró su calma.
Con los caballos tranquilos de nuevo, Tomoyuki y el ayudante del establo intercambiaron sonrisas. —Gracias por su ayuda— dijo el hombre —¿Quién es usted?
—Tomoyuki Makabe
Mientras acariciaba el cuello de un caballo, Tomoyuki se preguntaba cómo explicar porque estaba en el palacio. Había dicho al guardia que era un amigo de Aswil, lo cual no era mentira, pero sólo lo había dicho para manipularlo.
—De pura casualidad, ¿es usted amigo del Príncipe Aswil?—
preguntó el hombre.
Así que no había nada que explicar
El hombre fue a saludar felizmente de mano a Tomoyuki —Las sirvientas han estado hablando acerca del amigo japonés que
trajo consigo el Príncipe Aswil. Esta es la primera vez que ha
invitado un amigo a Saria, así que todos están muy entusiasmados.
—Ya… veo— dijo Tomoyuki.
Saludó al hombre, cuyo nombre era Mathal, con emociones
mezcladas. La palabra primero trajo consigo otro recuerdo a su
mente.
-Nunca me he sentido completamente cómodo con
alguien. Tú eres el primero Tomoyuki.
Aswil le había dicho eso hace seis años. Se sintió feliz de escucharlo entonces, pero ahora, sólo pensó que eran palabras vacías.
Pero tal vez había sido verdad.
Aswil se veía diferente de las personas de Madina. No era
de sangre pura. Tomoyuki no tenía forma de saber lo que eso
significaba dentro de la familia real, que valoraba las relaciones de sangre altamente, pero era obviamente inusual.
Tomoyuki le puso un alto a sus pensamientos y sonrió
irónicamente. ¿Qué estaba pensando? A él no le importaba como era la vida de Aswil. El hombre era el primero en línea por el trono.
—¿Me pregunto que fue ese sonido?— después de soltar la
mano del hombre, miró hacia donde el guardia había ido. Parecía que había cierta conmoción. Mathal parecía preocupado también, y avanzó hacia la conmoción. —Bueno, si no me necesita señor. Me
gustaría ver por mí mismo.
Tomoyuki caminó con él, sosteniendo las riendas del caballo.
El césped fue cortado en dos por una masa de ladrillos atravesando entre filas de palmeras. Varios guardias estaban parados en grupo, una camioneta en medio. No parecían particularmente tensos. Parecía que el conductor de la camioneta sólo había sido descuidado y chocó con el poste de una lámpara.
—Oh, esa es la camioneta que nos trae provisiones— dijo el
ayudante del establo con alivio. —Como comida para la cena.
A su lado, Tomoyuki estaba parado absorto por ver la puerta al pasar la camioneta. Estaba seguro que esa era la puerta a la que Sana se refería. Podía ver que el palacio estaba construido en forma de L, con puertas en las paredes del norte y sur y patios frente a los establos.
La puerta exquisitamente moldeada abría y cerraba
automáticamente y tenía un guardia cuidándola.
Los guardias de palacio se habían puesto en acción inmediatamente ante el inusual sonido. Pero cuando se dieron cuenta que sólo era un simple accidente, estaban parados platicando desatentamente.
Y Tomoyuki sostenía las riendas de un caballo en su mano.
Él sólo había querido saber como se veían las cosas afuera,
para ubicar la posición de la puerta y ver si en verdad se abría a las dos en punto. Pero ahora, se le ofrecía la oportunidad perfecta.
No pensó que una oportunidad mejor se le presentaría de nuevo.
Si fallaba esta vez, ¿cuándo vendría la siguiente? Apretó
fuertemente las riendas en sus manos.
Cuando se fuera la camioneta, se abriría la puerta. Si actuaba entonces, estaba seguro de salir. Planeó su mejor forma de escape y se preparó.
—¿Regresamos?— preguntó el hombre del establo.
Tomoyuki dio una respuesta desinteresada y continuó mirando los movimientos de los guardias.
En cuanto verificaron el daño del vehículo, los guardias se
dispersaron. Se prendió el motor y la puerta comenzó a abrirse lentamente. Tan pronto comenzó a moverse la camioneta,
Tomoyuki se montó al caballo y tensó las riendas.
Los guardias se sorprendieron por la repentina aparición de
un caballo. Pero la puerta ya estaba abierta y Tomoyuki galopó
hasta pasar la camioneta.
Instó al caballo a ir a toda velocidad. No escuchó la
conmoción tras él. Estaba enteramente concentrado en dirigir al caballo lejos del palacio. Después de haber galopado por algún tiempo, miró atrás, pero el verde oasis de Saria ya estaba fuera de su vista.
***********
Estaba en medio del desierto. La arena cubría el suelo en todas direcciones, los rayos de sol se reflejaban en ella creando
figuras bailarinas. El desierto quemaba todo a su alrededor. Al
poco rato, Tomoyuki estaba bañado en sudor debajo de su túnica.
Avanzó, pero no importaba que tan lejos fuera, el desierto continuaba creciendo.
Sana había dicho que tomaba menos de dos horas para
llegar a la ciudad, pero Tomoyuki empezó a preocuparse de nunca
encontrarla.
Cuando llegara a Madina, podría ir a la embajada y decir que había perdido su pasaporte y probablemente lo ayudarían.
Pero si nunca llegaba a la ciudad, eso en realidad no importaba.
Su esperanza de encontrarse con un grupo de turistas disminuyó también. No veía nada en ninguna dirección. Lo acosaba la idea de que iba en la dirección equivocada.
—Supongo que debí traer algo de agua— murmuró para sí.
Era extraño que se hubiera perdido. Dos horas era la
distancia entre su casa y el aeropuerto de Narita. Alentado, se apresuró. Sabía perfectamente que era irrealista comparar el desierto a Tokio, pero sin ningún indicio solamente entraría en pánico.
Los caballos árabes tenían reputación de ser veloces y este
caballo hacia honor a sus genes, pateando la arena poderosamente. Tomoyuki animó su espíritu diciéndose que la parte más difícil era salir del palacio y ya lo había logrado.
Pero entre más tiempo pasaba, esa esperanza también se desvanecía. El sol estaba directamente sobre su cabeza, cocinándolo. Un río de sudor escurría por su espalda. Su garganta estaba rasposa por la sed y sus manos, descansando en las
riendas, habían perdido toda su fuerza.
Comenzó a perder la esperanza. ¿Y si moría perdido aquí, así? Su mente, debilitada por el calor, no le ofrecía más que terribles posibilidades.
¿Qué pensaría Aswil de la desaparición de Tomoyuki? Tal
vez lo buscaría, ya que él había huido solo al desierto. —Aswil…
Decir el nombre sólo hacía sentir a Tomoyuki más desesperanzado. Sabía que era egoísta contar con Aswil, puesto que había huido de él, pero no podía evitarlo.
Luchó por desaparecer esos pensamientos cobardes
sacudiendo su cabeza de lado a lado sobre el caballo.
Fue ahí cuando lo vio. De reojo, miró una leve nube arenosa
surgiendo del desierto. Un jeep iba hacia él desde allá.
Tomoyuki gritó y dirigió el caballo hacia el jeep. Este se detuvo. Mientras se bajaba del caballo y corría hacia el lado del
jeep, se bajó la ventana. Un hombre de mediana edad vistiendo un keffiyeh verde se sentaba en el asiento del conductor.
—Gracias— soltó Tomoyuki.
—¿Qué pasó? Preguntó el conductor.
El hombre en el asiento del pasajero tenía una magnifica
barba que caía hasta su pecho. Era difícil saber su edad, pero
varias arrugas profundas aparecían en su frente.
Estos hombres claramente no eran turistas.
—Salí a pasear, pero me perdí— mintió Tomoyuki.
—¿Solo?, ¿sin provisiones?— los dos lo miraron con asombro.
—Sí—, contestó —subestimé el desierto. Supongo que creí
que habría muchos turistas alrededor.
El hombre de barba murmuró algo al conductor. Tenían un acento muy marcado y no pudo entender lo que dijeron. Pero el hombre de barba dijo exactamente lo que Tomoyuki esperaba oír.
—Te llevaremos a la ciudad. Súbete—
—¿Tienen algo de agua?— inquirió antes de entrar al vehiculo. Su garganta estaba tan seca que le resultaba difícil permanecer de pie y su boca sabía a arena.
—Oh, lo sentimos. No estábamos pensando—. El hombre de
barba le dio una botella de agua. Tomoyuki la tomó con manos
temblorosas y la bebió impacientemente. El agua nunca le había sabido tan deliciosa al deslizarse por su garganta.
—Sube— dijo el conductor.
—Claro— dijo Tomoyuki, pero de repente se dio cuenta que no había pensado que pasaría con el caballo. No podía sólo
abandonarlo a la mitad del desierto.
—Ese es un buen caballo— dijo el hombre de barba —Duraid,
tú lleva el caballo de regreso—
—¿Duraid?— repitió Tomoyuki.
El hombre llamado Duraid salió del asiento del conductor.
Tomoyuki estaba casi delirando de gratitud de que ellos quisieran
llevarse el caballo de vuelta a la ciudad.
El nombre Duraid significa alguien a quien le faltan dientes, o no tiene ninguno, pero a este hombre sólo le faltaba un diente de enfrente.
—Muchas gracias— Tomoyuki le dio el caballo a Duraid.
Estaba aliviado que todavía pudiera sonreír.
El hombre de barba se movió al lado del conductor y Tomoyuki tomó el lado del pasajero. Sabía que podría ser peligroso. No estaba seguro de si podía confiar completamente en estos hombres, pero sabía que era más peligroso andar en el desierto. Era un riesgo necesario.
El hombre de barba se llamaba Kadim.
El jeep comenzó a moverse lentamente. Duraid siguiéndolos
de cerca. El caballo no mostraba signos de fatiga a pesar de haber
llegado tan lejos.
—Salvaron mi vida. Tenía miedo que si no encontraba el camino de vuelta al pueblo, mi grupo de tour tendría problemas de todo tipo— dijo Tomoyuki, remarcando que había gente que notaría si algo le pasara.
Kadim asintió —¿De dónde eres?
El jeep tembló fervientemente.
—Japón— respondió afablemente, su espalda rígida en un intento por mantenerse de pie.
—¡Japón!— exclamó Kadim —Estás lejos de casa.
Juzgando por sus modales y su forma de hablar, Kadim era
aproximadamente de la edad de los padres de Tomoyuki. Su voz
profunda quedaba bien con la imagen de un habitante del desierto.
—Sí— dijo Tomoyuki secamente.
—Debe ser un lindo país—remarcó Kadim —Conocí a un japonés hace mucho tiempo, él era muy amable también—.
El hombre no parecía amigable, pero le gustaban los extranjeros. No podía llamar a su conversación alegre, pero el tono nunca se volvió incómodo.
—¿Dónde aprendiste árabe?— preguntó Kadim —lo hablas
bien—
Tomoyuki no sabía cómo contestar a esta pregunta. Había aprendido árabe de Aswil. Era su idioma nativo, así que Tomoyuki
lo había estudiado con gran interés.
—Aprendí por mí mismo— mintió
—Eso es impresionante— Kadim entrecerró sus ojos y tocó
su barba. Su reacción le dijo a Tomoyuki que no había contestado modestamente. Presumir era un acto impuro, y aunque le alagaran, uno siempre debía contestar modestamente.
A través de las nubes de polvo, Tomoyuki distinguió una
villa. No era Madina. Lanzó una mirada curiosa al conductor.
—No te importa si hacemos una pequeña escala, ¿verdad?
Tenemos algunos negocios aquí—. Dijo Kadim, manteniendo sus
ojos al frente.
—Está bien, siempre y cuando regrese al hotel mientras
haya luz.
Kadim asintió con una sonrisa y condujo hacia la villa.
Condujo ante un laberinto de callejones rodeados de todas
partes por edificios de piedra. Las casas eran severas, protegidas
por puertas de madera, y pocas personas estaban en las calles.
En el patio de una casa, un círculo de hombres estaba sentado alrededor de una pipa de agua, fumando. Levantaron sus
manos cuando pasó el jeep y Kadim regresó su saludo.
El olor de comida con la peste del drenaje saturaba el aire dentro del jeep a través de sus ventanas abiertas.
Después de dejar atrás las casas, pudo ver mejor el lugar.
Docenas de tiendas estaban acomodadas en un cuadro, en lo que parecía ser un mercado. Este lugar estaba lleno de hombres,
mujeres y niños.
Tomoyuki estaba sorprendido. Madina era un país enriquecido por su producción de petróleo. Era famosa por su ciudad capital, sus calles conformadas por hoteles lujosos y su desierto habitable, que se atravesaba en sólo dos horas. Era uno de los destinos turísticos líderes en el mundo. Sólo conocía las imágenes elegantes del país. Pero esta vez, estaba viendo un lado totalmente diferente de Madina. Era casi como si hubiera entrado a otro país.
El jeep entró de nuevo por un callejón. Tomoyuki, de repente, se dio cuenta que ya no podía ver a
Duraid tras ellos. Comenzó a preocuparse por el caballo de Aswil.
—Um— estaba a punto de preguntar a Kadim cuando el jeep se detuvo.
Estaban afuera del edificio más grande que él había visto hasta ahora.
Este debía ser el único distrito con complejos departamentales. Las filas de pequeñas ventanas mostraban que era un edificio de tres pisos. Había barras de metal en todas las ventanas y la luz de las ventanas llegaba desde adentro. Tomoyuki pensó que parecía extremadamente sospechoso.
Al salir del asiento del conductor, Kadim amablemente fue a abrir la puerta del pasajero. Tomoyuki salió del jeep, aún observando el edificio.
—Esperaré aquí— dijo —odiaría interferir con tu trabajo.
Para ser honesto, no quería entrar a un edificio que se veía tan sospechoso, pero por supuesto, no podía decir eso. Si hacía algo para molestar a Kadim, y por alguna razón el hombre rehusaba a llevarlo, no podría llegar a Madina.
—No interferirás, ven conmigo. Tomaremos algo de café
árabe
Tomoyuki sintió un escalofrió, pero no podía rehusarse. —Bueno, sólo una taza— aceptó, caminando irremediablemente a la entrada.
¿Había sido un error subir al auto? ¿No debería pedirles que lo regresen lo más pronto posible? Estaba sintiéndose incómodo.
—Si se hace muy tarde, los otros miembros del tour van a pasar por muchos problemas innecesarios por mí, así que al menos me gustaría decirles que estoy bien— dijo mientras entraban.
En realidad no quería llamar a nadie, sólo era una mentira
para señalar de nuevo que había otras personas esperando por él.
Kadim encogió sus hombros y meneó la cabeza. —Lo siento,
pero el teléfono de aquí no está conectado.
—Oh, ya veo— la voz de Tomoyuki sonó débil.
No había puertas ni ventanas sobre la entrada arqueada, así
que simplemente pasaron adentro. Lámparas de gas colgaban del
techo. Al edificio no sólo le faltaban líneas telefónicas,
aparentemente también electricidad.
Tomoyuki caminó con Kadim por un apenas iluminado corredor. Sus pasos hacían eco en las paredes del edificio y cada paso golpeaba con una nota de temor a Tomoyuki. Esto no era un apartamento.
Un inusual olor agridulce le recordó a Tomoyuki a incienso
quemado. Sus ojos registraron los alrededores cautelosamente
cuando escuchó maullidos de gatitos en algún lugar en las
sombras. El aire era seco, pero él sentía su peso sobre él.
De repente, miró hacia atrás exaltado. Una mujer envuelta
en un vestido árabe negro había aparecido de la nada,
siguiéndolos de cerca tras Tomoyuki sin hacer ningún ruido.
No podía adivinar su edad ya que excepto por sus ojos, estaba toda cubierta. Lo miró con unos ojos fríos, sin mostrar emoción alguna. Kadim se detuvo y Tomoyuki casi choca con él, su atención aún en la mujer tras ellos. Así que también se detuvo.
Kadim estaba frente a una puerta de madera. Pasando a Tomoyuki, la mujer fue hacia Kadim y le susurró algo al oído.
Kadim asintió y ella abrió la puerta.
—Después de ti— Kadim instó a Tomoyuki con la mano, después entró él. —Trae café al invitado.
La mujer bajó los ojos ante la orden de Kadim y cerró la
puerta silenciosamente.
—Um…— la voz de Tomoyuki tembló mientras entraba a lo
que parecía un cuarto privado.
Los muebles eran extremadamente costosos, a pesar de la humildad del edificio. Una mesa muy elegante estaba sobre una
alfombra extendida en el piso, y una delgada tapicería cubría la
pared. Platos inusuales y ollas de arcilla decoraban las paredes al
lado de un mostrador, al fondo de la habitación.
Un hombre apareció del cuarto contiguo
—Llegas tarde Kadim— dijo
Se sentó in-ceremoniosamente en un sillón, fumando un puro. Sus ojos registraron el cuerpo de Tomoyuki, cómo si calculara su precio.
—Me alegra que estés aquí— Kadim se acercó al sillón donde se sentaba el hombre. —Me aseguré que no nos siguieran.
El hombre sonrió vagamente mientras mordía su puro.
—¿Por qué?, mis conductores son hombres grandes
Mientras Kadim y el hombre hablaban, Tomoyuki les estudió
furtivamente. El hombre vestía una túnica blanca y un thawb.
Tenía piel oscura y una cara de facciones bien marcadas. Sus
rasgos eran perfectos, con la arrogancia característica de un
hombre de buena cuna. Tenía una rodilla tocando su pecho, pero
aun así se comportaba noblemente.
—Así que tenemos un invitado— comentó el hombre —¿O lo
vamos a usar para entretener a otro invitado? Porque según creo, se ve como un hombre.
Kadim miró sobre su hombro a Tomoyuki y rió. —¿Y eso
qué?, estas cosas pasan todo el tiempo en Ziyard. Sólo no
debemos decir nada.
—Cierto— el hombre mordió su puro y entrecerró los ojos.
Sintiendo un horrible giro a la situación, Tomoyuki se estremeció.
—¿Qué le dijiste para que viniera contigo?— preguntó el hombre.
—Es un japonés que se perdió en el desierto— contestó Kadim.
—¡Espera un minuto! Eso es invitar atención internacional—
el hombre habló con sorpresa, pero no parecía muy sorprendido.
—Vamos, Zafar, señor, tú sabes más que eso— lo halagó Kadim —En cuanto lo lleve a mi burdel, estará muerto para el mundo. Nadie podrá encontrarlo de nuevo.
Tomoyuki se puso pálido. Mi burdel había dicho Kadim. Así
que este era un burdel manejado por Kadim. Con razón tenía ese
aire de corrupción.
El nerviosismo de Tomoyuki había sido bien fundado. Kadim
obviamente no era el hombre amable que había representado en el desierto. Ahora miraba a Tomoyuki con los ojos de una serpiente.
Un escalofrió recorrió su cuerpo. Sintió como si se partiera en
pedazos. Pero los hombres continuaron con su conversación, acerca de temas aun más retorcidos.
—Estoy seguro que podemos encontrar un gran número de
compradores para alguien tan apuesto como él. Y hay algunos con intereses en esa dirección que tienen un gusto particular por los
asiáticos—. La boca de Kadim se torció de una fea forma mientras
decía esas horribles palabras.
El hombre llamado Zafar se inclinó y dejó su puro en un cenicero, después se levantó. El instinto de Tomoyuki lo instó a correr, pero Kadim lo tomó del brazo antes que lo hiciera.
Zafar tomó la barbilla de Tomoyuki, tomándose su tiempo.
—Definitivamente puedes pedir un alto precio por este. No perteneces a nadie, ¿Verdad?
Esto era aun más aterrorizante, y, sofocado por el terror, Tomoyuki quitó la mano de Zafar.
—No entiendo la pregunta, así que no puedo responderla— miró al hombre con el mayor desafío que pudo. Aferrarse a su determinación era lo único que podía hacer para evitar ser
consumido por el pánico.
Había estado tan concentrado en escapar del palacio de Aswil que no había pensado en nada más. En un país extranjero, una sola mala decisión podría llevar a resultados inimaginables, y no había considerado las consecuencias negativas de sus acciones.
—¡Extranjero insolente!— gritó Kadim —¡Como te atreves a
rehusar la mano del señor Zafar! ¿Por qué no lo prueba usted
mismo señor? Tal vez así pueda entender mejor su posición.
Tomoyuki no podía creer lo que estaba escuchando.
Paralizado por el miedo, encontró imposible reaccionar. Quería
salir de ahí en ese momento, pero no podía arreglárselas para
examinar las oportunidades para escapar a través de la ansiedad
que sentía. Si actuaba precipitadamente y empeoraba la
situación…
Tenía que calmarse. Si estaba calmado, podría pensar en
algo. Necesitaba desesperadamente creer eso. No importaba cuanto se arrepintiera de su imprudencia, no tenía opción más que salir de esto por su cuenta.
—Buena idea— aceptó Zafar.
Alzó la mano que antes le habían retirado. Tomoyuki se había decidido a estar calmado, pero empujó a Zafar sin pensarlo.
Zafar tambaleó hacia atrás y Kadim se erizó de furia.
—¿Quién te crees que eres?— la cara de Kadim era color escarlata mientras tomaba los brazos de Tomoyuki. —Supongo que no te comportarás a menos que te lastimemos.
Kadim torció los brazos de Tomoyuki hacia atrás y él gritó
de dolor. El hombre era sorprendentemente fuerte para ser un hombre pequeño, sin ser desalentado lo más mínimo por la resistencia del japonés.
Las extremidades de Tomoyuki fueron estiradas a su límite,
el dolor lo atravesaba mientras los dedos de Kadim se enterraban
en sus brazos. Gimió.
—No te resistas o te cortaré el brazo justo aquí— gritó Kadim.
En ese momento, la mujer que habían visto antes apareció
de la nada y se acercó sin el menor sonido. Se arrodilló frente a
Tomoyuki y quitó su túnica del camino. En un momento, los
pantalones que llevaba debajo estaban en sus tobillos.
—¡No! ¡No lo hagan!— gritó Tomoyuki.
Trató de moverse, pero Kadim tomó sus brazos fuertemente y lo empujó rudamente hasta hacerlo caer de rodillas.
Estaba seguro que sus brazos se dislocarían.
La mujer puso su mano en la ropa interior de Tomoyuki.
—¡No! ¡Aléjate de mí!— gritó de nuevo.
—Es obviamente inútil resistirse. Ahora, deja al señor Zafar
echarte un vistazo— una sonrisa degenerada apareció en la cara
de Kadim mientras se presionaba tras Tomoyuki.
El mismo Zafar detuvo a Kadim —Es suficiente, suéltalo—.El hombre no parecía particularmente ofendido; al contrario, parecía estar disfrutando. Sus labios mostraron una sonrisa retorcida y sacudió la cabeza con un gesto teatral.
—El invitado de Aswil me intriga— dijo —pero desgraciadamente no tengo interés en acostarme con un hombre.
Tomoyuki estaba sorprendido ante la repentina mención del
nombre de Aswil. ¿Cómo sabia Zafar? Kadim parecía igual de
sorprendido, dio un salto hacia atrás, sus ojos abiertos en sorpresa.
—¿Invitado de Aswil? Susurró, abriendo su agarre inmediatamente.
En vez de atender sus brazos, Tomoyuki acomodó con
torpeza su ropa, temblando de la vergüenza que estuvo próximo a
experimentar.
Zafar regresó a su antiguo lugar en el sillón como si nada
hubiera pasado. Se sentó de nuevo, una rodilla doblada, y tomó su
puro. —Eso, o es un ladrón— agregó.
—¿Q-Qué quieres decir?— tartamudeó Kadim, acercándose
a Zafar e inclinándose hacia a él.

—Mira la túnica que lleva— señaló Zafar —nadie más que la
familia real tiene seda tan fina como esa por aquí. Sospecho que
encontraremos el escudo de Murshid bordado en el forro. Aswil debió haberlo invitado al palacio de Saria.
Tomoyuki no podía juzgar la calidad de la seda que llevaba
puesta. Tampoco podía Kadim, probablemente. No había revisado el escudo, pero Kadim fruncía el ceño y Tomoyuki podía ver sudor
acumulándose en su frente.
—¿Por qué no me dijiste? ¡Si tan solo hubiera sabido!— gritó
Kadim.
El arrebato no alteró a Zafar en lo más mínimo. Debía estar en términos familiares con Aswil, puesto que no usó un titulo, pero
Tomoyuki no podía imaginar qué tipo de negocios podría tener la
familia real en un lugar tan degenerado como ese.
—Lo regresaremos al instante— dijo Kadim —Por favor hable con él por mí.
Zafar respondió al pánico de Kadim soplando serenamente
su puro. —Él es el heredero al trono. No, ya deberíamos llamarlo rey, no estoy seguro cuanta influencia puedan tener mis
palabras—.
—Pero…— protestó Kadim.
La mente de Tomoyuki estaba en caos mientras escuchaba este intercambio. En primer lugar, era culpa de Aswil que él estuviera en esta situación, y ahora sería su salvación. Era irónico, pero tuvo suerte de que Zafar estuviera ahí.

—De todas formas, parece que es muy tarde— dijo Zafar levantando la vista

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