El Aristócrata y El Príncipe del Desierto

Capitulo Ocho


Zayid sacó una tienda, la extendió, y comenzó a levantarla, explicándole a Takeyuki que sería su recámara para esa noche. La tienda de nylon era sólo un cuadro de veinticinco centímetros por cincuenta cuando estaba doblada, pero una vez levantada era lo suficientemente grande para que tres adultos se acostaran cómodamente, y parecía de alta tecnología, capaz de resistir los fuertes vientos.

Como siempre, una vez que terminaron la cena, Takeyuki entró en la tienda y se acostó cubriéndose con la manta hasta la cabeza. Esperó en esa posición perfectamente tranquilo, sus nervios se notaban por la alta tensión de sus músculos. Naturalmente no dormiría ni un poco. Estaba preocupado porque si se dormía, no podría despertar hasta la mañana, así que se mantendría despierto.
Si Takeyuki perdía esa noche, probablemente no tendría otra oportunidad. Una sensación de urgencia hormigueaba dentro de él. Si hubiera analizado las cosas con más calma hubiera notado que habría maneras de escapar de Zayid una vez que llegaran a la ciudad. Pero ni siquiera se le ocurrió.

Estaba perdido en sus pensamientos acerca de escapar de Zayid antes de que saliera el sol.
Como siempre se había dormido antes que Zayid, no sabía cuánto tiempo se tardaría aquél en dormir. Takeyuki pretendió dormir para oír alrededor. Luchaba con la urgencia de abrir ligeramente los ojos para ver en torno, y simplemente rogó para que se apurara.
Más o menos sabía cuándo se levantaba el sol. Takeyuki vería que funcionara. No podría equivocarse con la hora de dejar la tienda. El único problema era dejarla sin que Zayid lo notara. La tienda se abría en dos lugares, estaba seguro de dónde estaban el agua y la comida. Sentía culpa por eso, pero tendría que llevarse una mochila, dos botellas de agua y una caja de pan. La tienda de alta tecnología era un ejemplo de todo lo que Zayid llevaba, como si estuviera preparado para cualquier situación. Mustafá le había hablado acerca del servicio militar obligatorio para todos los hombres de Cassina, pero después de todo Zayid no parecía ser del tipo que se enlistara voluntariamente. La imagen de un soldado desertando porque tuvo un desacuerdo con su oficial superior, le llegó a la mente sin razón. El pensar en Zayid no hacía nada para quitarle esa idea.
Zayid no entró en la tienda hasta una hora después de que Takeyuki se acostara. Se tumbó al lado de Takeyuki, quien pretendía dormir, y con la luz de la linterna leyó durante la siguiente media hora. Takeyuki oía cuando le daba vuelta a las páginas de su libro. Mientras Zayid leía, parecía que ocasionalmente miraba a Takeyuki. Acostado de lado Takeyuki sentía la taladrante mirada en su espalda y crecía su miedo. En esas ocasiones daba vuelta a las hojas menos frecuentemente, así que Takeyuki sabía que no se estaba imaginando cosas.
Quizás Zayid estaba al borde esa noche. Probablemente no confiaba que Takeyuki estuviera bien. Takeyuki estaba perfectamente acostado, no movía ni un músculo, lograría alejarse de ahí. Quería mostrarle a Zayid que era más que una carga en la espalda. Entonces Zayid podría verlo con un nuevo respeto. Takeyuki quería ver la cara de sorpresa de Zayid. Una imagen de Zayid con los ojos brillantes y una falsa sonrisa flotaba en su mente. Takeyuki podía ver su propio triunfo en esa cara. Si a Zayid no le gustaba eso, entonces podría ir detrás de él. Y la siguiente vez que fuera capturado, Takeyuki estaba seguro que Zayid lo trataría como a un igual en lugar de como a un niño.
La luz de la linterna se apagó y Zayid se acostó al lado de Takeyuki. El corazón de Takeyuki se aceleró. No. Eso estaba mal. Si su corazón golpeaba tan salvajemente, Zayid podría notarlo. Takeyuki luchó por calmar su corazón.
El tiempo pasó con horrible lentitud hasta que llegó la hora en que Takeyuki decidió dejar la tienda. Varias veces pensó que ya había pasado suficiente tiempo, que sería capaz de irse. Lo que detenía su urgencia era el reconocer que Takeyuki no estaba seguro si estaba subestimando al desierto. El desierto era caliente como el infierno durante el día, pero era ferozmente frío durante la noche.
Partir una hora antes de que el sol saliera parecía ser el curso más inteligente en esa situación. Esa podría ser la opinión inexperta de Takeyuki, pero la encontró convincente y se aplaudió a sí mismo.
Podía oír la respiración tranquila de Zayid. Cuidadosamente, escuchó los tranquilos sonidos. Ésa era la primera vez que veía a Zayid dormir. Antes de ahora, Zayid siempre se había ido a dormir después y despertado antes que Takeyuki. Y en dos ocasiones cuando el hombre vio la cara de Takeyuki dormido, se había reído cruelmente.
Desafortunadamente parecía que Takeyuki no tendría la oportunidad de ver la cara de Zayid dormido, pero al menos podía escuchar su respiración. Takeyuki casi deseó que Zayid roncara más fuerte, pero aun dormido Zayid no mostraba vulnerabilidad.
Después de esa noche podría no ver a Zayid de nuevo, por alguna razón ese pensamiento llenó a Takeyuki de remordimiento. Claro que quería alejarse de él, y regresar a su vida normal. Pero tampoco podía negar que quería estar un poco más con Zayid y conocerlo mejor, y en ese momento Takeyuki pensaba que las cosas podrían ser diferentes.
¿Me estoy volviendo loco? se preguntaba. En cualquier caso, era tiempo de irse. Ya había esperado un tiempo y era el momento de poner en acción su plan.
Lentamente, muy lentamente, retiró la manta y se enderezó cuidando de no hacer ruido, se apartó lo más que pudo del cuerpo de Zayid en la oscuridad, de esa forma no lo rozaría accidentalmente. Todo estaba bien. Zayid seguía profundamente dormido.

Takeyuki tomó la manta y salió de la tienda gateando. Se levantó y antes de entrar a la oscuridad de la noche vio hacia atrás para asegurarse de que todo estaba bien una vez más, la forma oscura se levantaba y caía nuevamente con cada respiración, pero no había señales de agitación.
Ahora, pensó Takeyuki con una explosión de valor. Salió. Todo estaba en un tono de negro. El aire frío cortaba su piel. Takeyuki se envolvió en la manta y tomó la mochila que había dejado al lado de la tienda mientras pretendía ayudar a Zayid con la cena. Se colocó la tela roja que cubría su cabeza y los preparativos estuvieron terminados.
Takeyuki lentamente se alejó, cuidando que sus pasos no hicieran ruido. El desierto estaba envuelto en un casi doloroso silencio, sentía que podría oír un alfiler caer. Si una luz se prendiera en la tienda ahora, todas las cosas podrían terminar. Zayid se pondría loco de ira contra Takeyuki por traicionarlo. Lo atraparía y esta vez lo amarraría quitándole su libertad. Y cambiaría de opinión sobre ir a la ciudad, y en lugar de eso regresarían al desierto. Takeyuki estaba seguro de que él lo haría.
Su emoción creció. Su corazón golpeaba tan rápido que parecía que lo partiría en dos. Sus pasos palpaban el camino una y otra vez, sosteniendo la respiración. Se presionó a avanzar, en su necesidad de alejarse rápidamente. No pensó que pudiera ir en la dirección equivocada. Simplemente comenzó a caminar hacia la dirección por la que Zayid se había dirigido. Tarde o temprano vería los edificios levantándose sobre el horizonte. Entonces se dirigiría hacia allá. Takeyuki estimaba que estaría a lo sumo a un día de distancia, si estaba a tres o cuatro horas a lomo de caballo, llegaría al atardecer incluso si caminaba lentamente. Esa era la impresión que Zayid le había dado. Planeaba estar en la ciudad antes de que el sol estuviera alto en el este.
Después de caminar varios cientos de metros, Takeyuki se giró a ver la tienda.
Nada había cambiado, sólo la oscuridad rodeaba la tienda. La fatiga de ese día debió atrapar a Zayid y causado que durmiera más profundamente que lo habitual.
Takeyuki se relajó, sus pasos se hicieron más suaves, caminaba vigorosamente manteniendo alejado el frío. Ya estaba lo suficientemente lejos, incluso si hiciera ruido Zayid no lo oiría.
Estaba más frío justo antes del amanecer. Takeyuki se apretaba más fuerte en su manta mientras sus dientes castañeaban, y caminó en la dirección que había elegido, nunca vaciló.
Una línea del cielo en el este mostraba los primeros rayos del amanecer, era tan brillante que no podía verla directamente. Takeyuki bajó la cabeza viendo la oscuridad de la arena que palidecía bajo sus pies.







¿Cuántas veces había querido ver el amanecer como ahora? Era ciertamente hermoso, pero quería regresar a su vida en la ciudad con urgencia. Realmente extrañaba la nublada luz del sol a través del humo de la ciudad, en lugar de toda esta vida tan brutal en el desierto. El tiempo había sido tan agobiante desde que había sido secuestrado y llevado al desierto que Takeyuki no podía creer que hubieran pasado cuatro días. Sus nervios habían llegado al límite de su resistencia.
Cuando el sol subiera la temperatura también lo haría. Takeyuki seguía impactado por el extremo cambio de temperatura. La fría arena se calentaría como la superficie de una sartén caliente. La blanca superficie reflejaba los rayos del sol sin clemencia, y se calentaba tanto que casi podía oír que ardía.
Sí, estaba caliente. La manta que le había protegido del frío de la noche le servía ahora para protegerse de los rayos del sol. No había mucha variedad en el desierto pero el lugar por el que estaba caminando le parecía familiar. Rocas redondeadas sin cima y al lado de eso nada, sólo laderas de arena. No había nada verde en ninguna dirección, cruzó un lugar que parecía el viejo cauce de un rio sin agua,
Takeyuki se obligaba a sí mismo a ir paso a paso sin presionarse. Encontró la sombra de unas rocas y tomó un descanso, bebió del agua que había llevado. Cuidó de no beber demasiada agua y luchó contra su deseo de hacerlo.
Cada vez que descansaba bebía algo de agua y comía algo de pan, tratando de mantener sus fuerzas, pero muy tarde se dio cuenta que eso sólo secaba su garganta.
El sol estaba más alto y más caliente. Takeyuki sentía su cuerpo como en el fuego. Sus pies vacilaban. Siempre a esa hora del día ellos habían descansado a la sombra de una roca o un árbol. Incluso Metahat y su grupo no viajaban al mediodía, tomaban una siesta y esperaban a que el sol bajara.
Tenía que descansar, pensó demasiado tarde. Lo descubrió en el momento en que no había ninguna protección. Takeyuki se limpiaba la transpiración de la frente constantemente, pero el sudor caía dentro de sus ojos.
Sus piernas se sentían pesadas. Cada vez más. Y se obligaba a sí mismo a seguir adelante prácticamente enterrando sus pies. No creía que caminar en el desierto fuera un trabajo tan duro. No, eso no era cierto, de alguna manera se había preparado para eso, pero no era tan fácil como había pensado.
No subestimes el desierto. Bueno, Takeyuki definitivamente no intentó subestimarlo.
Pero la realidad sobrepasaba sus expectativas, el desierto que él conocía era el de las películas y fotografías, y eso era irreconocible en la realidad. El duro calor y la crueldad del viento que ocasionalmente lo golpeaba con fuerza levantando arena, era imposible de subestimar hasta que lo experimentabas. Su cuerpo, que había pasado su vida entera en cuartos con temperaturas controladas, nunca había anticipado esto.
Zayid realmente nunca dejó que Takeyuki bajara del lomo de Aslan y caminara. Zayid había caminado al lado del caballo cuando estaba preocupado por el animal y parecía fácil. Por eso Takeyuki había asumido que podría caminar cuando se le ocurrió escapar.

Comenzaba a tener dificultades para respirar. Quería descansar a la sombra de una roca o un árbol. Su garganta estaba tan seca que no podía pensar. Sólo le quedaba una pequeña cantidad de agua, pero si la bebía ahora, probablemente moriría de sed después.
Cuando la idea de muerte inundó su mente, Takeyuki se arrepintió profundamente de lo que había hecho. Después de todo, debió quedarse obedientemente con Zayid. Si estuviera con Zayid nunca le hubiera sucedido esto.
Pero era demasiado tarde ahora. Sus ojos trataban de ver a lo lejos pero no veía señales de edificios. No iba a ningún lado. El número de rocas había disminuido y lo único que lo rodeaba eran dunas movidas por el viento, tampoco se veía un oasis por ningún lado, y con cada paso Takeyuki se hundía en la desesperación.
Sus inseguros pasos levantaban nubes de arena cuando tropezaba.
Ya había perdido el sentido de la orientación, sólo había dado dos o tres pasos con los ojos cerrados, pero ya no podía decir en qué dirección iba. Un temblor de terror recorrió sus piernas y sintió miedo de morir.
Poco después Takeyuki vio una roca con forma de hongo. Takeyuki prácticamente se arrastró hacia allá y cuando finalmente llegó a la sombra, colapsó. El sol del mediodía era malvado. La sombra era sólo un escape.
Bajó la mochila, que comenzaba a sentirse muy pesada en sus hombros. Sus temblorosos dedos buscaron su botella de agua pero sólo había dejado un trago. La idea golpeó a Takeyuki como el golpe de un martillo en la cabeza. Se había presionado más de lo que hubiera creído, creyendo que tenía más agua. Su cuerpo entero temblaba ante el shock como si tuviera fiebre por malaria.

—¡Zayid… Zayid! —Ayúdame. Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta y lo que se escapó fue un sollozo. La mente de Takeyuki se llenó pensando en su papá, su mamá, su hermano mayor, pero cuando pensó en Zayid, sollozó sin lágrimas.

Una terrible sed cerraba su garganta. No quedaba ni siquiera alguna humedad en su boca. Comenzaba a ser una tortura incluso apoyarse contra la roca. Se acurrucó en su manta, tocando la fresca arena con la punta de sus dedos.
Takeyuki sintió un fuerte deseo de meter un puño de arena en su boca y en un momento más lo hubiera hecho. Pero antes de que pudiera hacerlo la consciencia desfalleció, y no pudo recaudar suficientes fuerzas,—Zayid… —Una sola lágrima rodó por su mejilla y cayó en la arena.

Takeyuki imaginó la voz tensa de Zayid diciendo su nombre, pero estuvo seguro de que era una alucinación. Con una frágil sonrisa en sus labios perdió la consciencia. 

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