El Aristócrata y el Príncipe del Desierto

Capítulo Cuatro 


Había un fuerte ruido. Su cuerpo se mecía inestable en
ese momento. Sentía un fuerte dolor en el área del plexo solar que palpitaba cada vez que su cuerpo se mecía.

¿Dónde estoy?
Takeyuki abrió los ojos.
Lo primero que vio fue una tela negra que le cubría la cabeza hasta los hombros. Intentó levantar las manos para
quitar la tela que lo cubría del sol, pero sus brazos estaban
atados a su espalda y no podía moverlas. Sus muñecas estaban atadas juntas, al igual que sus tobillos.
Con las manos y pies atados se giró sobre su espalda al
igual que un gusano. Takeyuki estaba acostado en la caja de
un camión de los que se usan para transportar ganado, las
cuatro paredes eran de barras de acero amarillas, Takeyuki
parecía ser la única persona en el camión, pero estaba rodeado de cosas, bolsas oscuras de ropa, botellas plásticas de agua y jugo, cazuelas y palanganas, cobertores y otros utensilios de uso común.
Girándose y estirando el cuello para ver el horizonte zafándose un poco de la tela que cubría su visión, Takeyuki vio la arena rosada, de las dunas en todas direcciones.
Abrió más los ojos sorprendido, quería sentarse para ver mejor, pero su cuerpo no podía moverse de la manera que quería y lo único que logró fue levantar la cabeza un poco.
En el oeste el sol estaba sobre sus cabezas.
El sol estaba demasiado rojo, o mejor dicho como el rojo
rubí de una toronja, la luz reflejada hacía que la arena gris ceniza la tiñera de rosa. Si solo no estuviera en esa desesperada situación, podría admirar la belleza y una parte de su imaginación lo hacía tan real que evocaba un suspiro o un grito de placer.
Mientras el ligero ruido del camión atravesaba el desierto, podía parecer que tomaría su último aliento en cualquier
momento. Esto no podría sorprender a Takeyuki si el motor del camión no se hubiera detenido ese momento. La caja del camión tenía una enlodada alfombra cubriéndola sólo en
donde Takeyuki estaba acostado. Parecía como que la habían colocado sólo para cuidarlo.
Estiró el cuello para asomarse por el borde y vio a tres
camellos, cada uno llevaba un hombre en su lomo. ¿Dónde
estaba la gente responsable de esto? Takeyuki giró la vista y vio a otro hombre con su cabeza envuelta en una tela blanca.
Takeyuki podía ver a dos hombres en el camión, uno detrás del volante y otro al lado.
Seis en total, todos parecían ser hombres.
El cuerpo entero de Takeyuki fue asido por la desesperación y la preocupación.
¿Por qué diablos ellos hablaban de él?
¿Quiénes eran esos hombres?
En eso Takeyuki recordó lo que su hermano le había dicho,
que había habido una serie de secuestros en los suburbios
cercanos al desierto últimamente. Eran cometidos por tribus de beduinos que vivían como bandidos y con los que el Rey había estado adoptando duras medidas para recuperar la paz.
Atsushi había dicho que el embajador había tomado medidas para que se les advirtiera a los turistas que no se pusieran en riesgo.
Takeyuki no había querido creer eso, pero no podía negar que sin lugar a dudas la gente que lo había secuestrado era
parte de ese grupo de bandidos.
Atsushi había comentado de gente que había sido
secuestrada y dejada en el desierto. Contó la historia de una joven mujer que realmente había pasado terribles experiencias.
Entre más pensaba en eso más temblaba el corazón de
Takeyuki.
Eso había ido demasiado lejos.
Solo de pensar en lo que le
podía suceder hacía que su cabello se pusiera de punta.
Takeyuki no creía que el hombre fuera del camión se
hubiera dado cuenta de que había recobrado la consciencia, así que trató disimuladamente de mover sus muñecas, pero la soga estaba tan firmemente atada que no hubo manera de moverla o aflojarla.
Takeyuki comenzó a impacientarse.
Considerando el hecho de que parecía que habían hecho
todo lo que estuvo en su poder para no lastimarlo, el hombre
posiblemente consideraba a Takeyuki un artículo que esperaba vender en algún lado. Takeyuki no podía imaginar quién podría quererlo o para qué. Pero una cosa era cierta, si él era vendido, nunca regresaría a Japón de nuevo.
No quiero eso. Takeyuki se mordió fuerte el labio pensando en qué pasaría si rechazaba hacer cualquier cosa contra sus deseos.
No importaba cómo, tenía que lograr alejarse de ahí y
regresar con su hermano.
Pero Takeyuki no sabía cómo escapar de esa situación. Sus
manos y piernas estaban amarradas, incluso si lograba rodar fuera del camión, el hombre de afuera lo vería inmediatamente y lo regresaría. Más importante que todo, estaban a la mitad del desierto, Takeyuki no podría caminar de regreso a la ciudad sin botellas de agua.
¿Qué es lo que puedo hacer? tenía ese continuo monólogo en su mente que no se detenía cuando Takeyuki oyó que la conversación en árabe se detenía y se acercaban al
vehículo.
Takeyuki se agazapó lo más lejos que pudo y cerró los ojos
ante el nuevo temor. Sólo sus oídos estaban alertas y
escuchando.
Él oía las graves voces.
Parecía que la caravana había decidido descansar ahí, el
sol se pondría pronto. Antes de que anocheciera tendrían que
cenar y preparar un lugar seguro para dormir.
Oyó que los dos hombres del camión salieron, oyó las dos
puertas abrirse y cerrarse.
Oyó que alguien iba hacia la caja y retiraba una barra de
metal de la puerta a los pies de Takeyuki. Oyó una conversación
en árabe mientras sacaban unas bolsas de herramientas del lado de Takeyuki, primero una y después otra.
Confrontado con su propia muerte Takeyuki se estremeció en la oscuridad de la tela negra, la cual colocó en su lugar por temor a ser descubierto.
Por favor, solo ignórenme, rezaba, pero repentinamente alguien tomó sus hombros y lo sacudió.
—¡Agh!
Un grito de asombro y terror salió de su boca.
El trapo que cubría su cabeza fue retirado.
—Ey.
Un hombre con la cara cubierta con encrespado pelo veía
a Takeyuki, su cara estaba bronceada por el sol y con arrugas que lo hacían verse viejo. Ese hombre parecía hablar y entender
el inglés, Tenía una posición de gran importancia, era el líder del grupo.
Takeyuki estaba apoyando la cara en el metal de un lado
del camión. Ese lado estaba a unos sesenta centímetros de
distancia, si se estiraba fácilmente lo alcanzaría. Si al menos siguiera la barrera de la puerta que lo cubría.
—Acamparemos aquí esta noche, quiero advertirte que
será mejor que no tengas ninguna idea extraña. Estamos a la mitad del desierto, a dos días del próximo oasis. Incluso si logras escapar sólo te estarías enterrando vivo en la arena, Recuerda eso.
—¿Qu-qué van a hacer conmigo? Takeyuki trató con fuerza de que no se notara lo asustado que estaba. Cerró los ojos reciamente, tensó los músculos abdominales y lo miró resuelto.
Aparentemente el hombre encontró su demostración como un juvenil y extraño espíritu.
—Eres brioso, te ves muy bonito, pero dentro de ti eres todo un hombre, ¿uh? Eso hace que seas aún un mejor regalo para el jefe de Azzawar.
Ante la palabra regalo Takeyuki sintió que toda la sangre se drenaba de su cara. Iba a ser un sacrificio humano después de todo, era tal como lo había pensado. Los azzawar eran una tribu de beduinos que vivían en el desierto. Eran un grupo de guerreros salvajes temidos por los habitantes de las ciudades porque a menudo tenían disputas con otras tribus. Takeyuki había oído que le habían dado al gobierno muchos problemas.
Si él iba a ser entregado al jefe de un grupo como ése, no había garantía de que les importara su vida.
—No te veas tan preocupado —levantó el mentón de
Takeyuki con su grueso y retorcido dedo, y los otros cuatro dedos bajaron por el cuello de Takeyuki. Takeyuki vio por el rabillo del ojo que en esos cuatro dedos estaba perdida la parte hasta el primer nudillo, eso quería decir que había hecho cosas
violentas antes, y el espíritu de Takeyuki se desanimó más.
Quería resistir, pero cuando el momento llegaba, su valor
fallaba. Cobarde se maldijo a sí mismo, tratando de elevar su
espíritu, pero eso no funcionó de la manera planeada. Era
como si una persona que había estado toda su vida en un
medio ambiente pacífico y seguro, repentinamente fuera
lanzada a una película de acción. Takeyuki no tenía ni
conocimiento ni habilidad especial. Era un milagro que siguiera calmado. Todo lo que podía hacer era no ponerse histérico.
El hombre se reía con desagradable deleite.
—Tú definitivamente vas a complacer al jefe. Un hombre
asiático con una piel bella y un cabello que de seguro lo
cautivará. El jefe de Azzawar ama las cosas inusuales. Y si
nosotros lo complacemos, sus ataques al Ulfa, nuestra tribu
disminuirán. Y nosotros no tendremos miedo de que los artículos que comerciamos sean robados tan a menudo.
—Si yo desaparezco, el gobierno japonés se involucrará y eso causará un incidente internacional.
—Eso no es nuestro problema. Es al Rey a quien van a
presionar. Claro, el Rey probablemente irá a buscarte, pero nadie le dirá nada, no habrá pruebas de que nosotros te tomamos. Esos tres se aseguraron de que nadie los viera cuando te trajeron a mí. Desde que entraste al desierto eres mi propiedad. La gente del desierto obedece a sus líderes, no al Rey. Y nuestros líderes odian a los forasteros y pueden retenerte con nosotros hasta las puertas del infierno.
Takeyuki quería contestar pero él no creía nada de eso.
Todo era una trampa, pero estaba consciente de que su
experiencia de vida no le iba a ayudar para entender ese lugar.
No podía discutir. Las cosas funcionaban diferentes ahí que en el Japón. Takeyuki apenas y entendía el concepto religioso y las guerras entre tribus. Y él desconocía completamente el desierto.
—Nosotros vamos a ser amables contigo en lo posible, el jefe Azzawar está muy lejos de aquí, hacia el sur, eso nos puede tomar tres días de viaje.
La ayuda sorpresivamente podría llegar durante esos tres días de viaje. Eso era lo que quería pensar Takeyuki, pero sabía que había pocas esperanzas. Empezaba a sentirse como un prisionero que era conducido a la celda de su prisión. Takeyuki estaba seguro de que los presos se sentirían de la misma manera que él en estos momentos.
—Metahat —un hombre delgado se les unió acercándose al hombre de barba y bigote. El resto de la conversación fue en
árabe, Takeyuki no entendió nada pero al parecer Metahat era su líder. El hombre delgado era uno de los tres que habían
atacado a Takeyuki. Ese era más joven que sus compañeros.
Takeyuki veía que su indomable personalidad estaba al
descubierto, mirarlo era cuanto Takeyuki podía hacer en ese momento. Pero no importaba cuán cruelmente lo viera, permanecía inmutable. No mostraba signos de irritación, era casi insoportable.
Metahat se alejó del camión con el hombre delgado,
dejando a Takeyuki solo en la caja del camión. Takeyuki relajó ligeramente su ansiedad. Le agradaba que fueran a quedarse ahí esa noche. De una u otra manera él estaría a salvo hasta la mañana o el día siguiente. Usando sus hombros, caderas y rodillas, Takeyuki logró levantarse y apoyarse contra las barras de metal. El panorama así era muy diferente de como lo había
visto mientras estaba acostado. Dos grandes rocas se enseñoreaban en el desierto, sus esquinas pulidas por la erosión eran blancas, posiblemente piedra caliza. Eran del mismo color
que la arena, pero tan grandes como una colina. Takeyuki y sus captores acamparon a la sombra de esas elevaciones durante esa noche.
Los hombres levantaron sus tiendas individuales. Un hombre cavó un pozo en la arena y lo rodeó de rocas, prendieron una fogata con excremento seco de camello como combustible.
Otro cocinó echando ingredientes en una olla. Los sonidos de su trabajo y su charla era lo único que se oía en ese mundo
A donde quiera que Takeyuki mirara sólo había dunas
extendiéndose por siempre, mientras el silencio descendía en el área. Él había oído usar la frase “aterradoramente tranquilo” y era exactamente eso. Takeyuki se sentía sobrecogido y sacudió
la cabeza. Si todo estaba tan tranquilo ahora, no se imaginaba cómo sería cuando la noche cayera. El pensar en dormir en ese lugar carente de sonido le preocupaba, temía que lo enloqueciera.
El sol ya se estaba metiendo.
El hombre delgado le llevó un plato de aluminio a Takeyuki,
sus manos fueron liberadas para que comiera, en el plato había carne, cebolla y salsa de tomate. La comida tenía un sabor único de las especies, no estaba mala pero Takeyuki no podía decir que le agradara.
Takeyuki comió en silencio, tratando de recuperar fuerzas. No importaba lo desesperanzado que estuviera, no había perdido la voluntad de hacer algo en la primera oportunidad. No iba a rendirse.
Para cuando terminó de comer, el sol ya se había puesto.
Takeyuki trató de ajustar sus ojos a la oscuridad, pero con el intenso esfuerzo empezó a dolerle en medio de los ojos.
Los hombres alrededor del fuego comían, bebían y charlaban animadamente. Sus alegres voces hacían eco en la oscuridad.
Sus bebidas tenían el sabor y la consistencia de la cerveza, sin el alcohol. Takeyuki lo sabía porque la había probado en la ciudad. El vino local y la cerveza eran muy costosos, así que probablemente no la bebieran todo el tiempo.
Los brazos de Takeyuki fueron amarrados de nuevo y empezaron a dolerle. Lentamente bajó su cuerpo y se acostó en la caja de la camioneta. Tan pronto como se fue la luz del sol, su piel se sintió fría y húmeda. Nunca se movió de la caja de la
camioneta y pronto alguien encendió una luz adentro. No
podía decir quién era debido a la oscuridad, probablemente el hombre delgado. Metahat debió enviarlo a hacer guardia.
El hombre buscó entre la carga, encontró una manta y la
extendió sobre Takeyuki. Parecían preocupados por mantenerlo saludable hasta dejarlo en manos de Azzawar. Takeyuki encontró imposible agradecerlo, Cuando ese pensamiento pasó por su cabeza liberó un profundo suspiro, escondió su cabeza en la manta y cerró los ojos.
Con lo mucho que había sucedido, estaba preocupado por lo que podría venir. Eso hizo imposible que pudiera dormir. Un violento sentimiento de soledad tragaba a Takeyuki e hizo que soltara un alto sollozo. Su orgullo era lo único que le había ayudado a defenderse y mantener sellado su corazón.

¡Nunca me rendiré! Su hermano y el embajador de
seguro lo buscarían. Ellos podrían salvarlo. Todo lo que podría hacer ahora era creer y esperar. Takeyuki mantuvo ese pensamiento y se prometió nunca renunciar.

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